El secuestro de Ricardo González en Caracas

05/01/2005

Por Carlos Aznárez y Willy Nocetti

Un silencio que nos duele como bolivarianos

Somos bolivarianos. No necesitamos blandir el parche para demostrarlo. Somos tambià©n defensores acà©rrimos de la polà­tica social y de la clara là­nea antiimperialista que desde diciembre de 1998 -en que triunfà³ en los comicios frente a toda la derecha reaccionaria- viene aplicando en Venezuela el comandante Hugo Chávez Frà­as. Más aún, integramos desde su fundacià³n el Congreso Bolivariano de los Pueblos, una instancia organizativa a nivel continental que busca no sà³lo unir los esfuerzos y las luchas de la Patria Grande sino tambià©n construir otra forma de hacer polà­tica: pegada al pueblo pobre, con la à©tica de los revolucionarios, con la pasià³n de los que aún creemos en las ideas liberadoras.

Precisamente por todo eso que somos y sentimos, no podemos más que manifestarnos turbados y molestos por el extraño silencio que la dirigencia de nuestra querida Revolucià³n Bolivariana, sigue manteniendo frente a una verdad que todo el mundo ya conoce: el 13 de diciembre de este año un dirigente revolucionario colombiano, Rodrigo Granda (o "Ricardo González", como lo conocieron dirigentes partidarios, ministros y hasta jefes de Estado de Latinoamà©rica y el Caribe con los que se entrevistaba con frecuencia) fue secuestrado en pleno centro de Caracas, por un comando de policà­as y militares colombianos con la colaboracià³n de personal de seguridad venezolano. Ni más ni menos.

Como en las tenebrosas à©pocas del Plan Cà³ndor que tanta sangre repartià³ por el continente, un grupo "especial" de seguridad colombiano enviado por el fascista Uribe Và©lez y con el adivinable apoyo de la CIA, actuà³ como lo suele hacer el Mossad israelà­ un dà­a sà­ y otro tambià©n en el Medio Oriente. Atravesà³ una frontera, secuestrà³ a un ciudadano, lo introdujo en el baúl de un coche y lo trasladà³ por territorio soberano venezolano durante más de 14 horas hasta la poblacià³n colombiana de Cúcuta, donde se hicieron cargo de à©l los milicos de ese paà­s. Sin embargo, ningún funcionario -alto, medio o bajo de nuestra Revolucià³n precursora- ha abierto la boca para intentar aclarar este deplorable asunto. No han dicho una palabra sobre el ultraje violatorio a la soberanà­a, no han musitado una queja ante la intervencià³n de los mismos que en su momento ampararon a los paramilitares que cruzaron desde Bogotá y Medellà­n para intentar asesinar a Hugo Chávez. Parece cosa de locos, pero ya han pasado, repetimos, 17 largos dà­as, y todos miran para otro lado.

Peor aún, se sabe y asà­ lo ha publicado la prensa colombiana (diario El Tiempo), que en esos dà­as, cuatro policà­as colombianos de fuerzas de elite, acompañados de tres oficiales del ejà©rcito venezolano fueron detenidos en el Estado de Aragua, y dejados -insà³litamente- en libertad por orden oficial venezolana. La excusa presentada por el grupo mixto es que se hallaban persiguiendo a un "conocido narcotraficante". Algo, que no le creerà­a ni un párvulo. Pero incluso, si fuera esto cierto, demuestra que en aras de perseguir personas (sean guerrilleros, narcos o ladrones de gallinas) otra vez no existen fronteras. Como con el siniestro Plan Cà³ndor.

Casi tres semanas de silencio. Creà­amos que este escenario no lo à­bamos a ver más. O por lo menos no lo presentà­amos en el marco de una Venezuela agitada de abajo hacia arriba por vientos revolucionarios. En Quito, no nos extraña: el traidor de Lucio Gutià©rrez entregà³ a Simà³n Trinidad al alto mando colombiano y ahora se lo llevan los gringos para juzgarlo a su manera. En Bolivia: que le pregunten al dirigente campesino colombiano Pacho Cortà©z, que se ha pasado en la cárcel varios años acusado de "guerrillero". En Argentina: la inteligencia chilena marcà³ a dedo al ex dirigente del Frente Patrià³tico Manuel Rodrà­guez, Sergio Galvarino Apablaza y ahora espera, en la cárcel, que no le extraditen como pide el gobierno de Lagos.

En cualquier sitio de Latinoamà©rica todo es posible a nivel de inseguridad para los revolucionarios, pero no nos imaginábamos que en esa Venezuela a la que queremos, admiramos y defendemos, iba a ocurrir algo semejante. Por suerte, las voces de los bolivarianos de abajo ya se están haciendo escuchar a travà©s de comunicados y mensajes inequà­vocos. Tambià©n, la solidaridad internacional comienza a moverse y múltiples pronunciamientos están llegando a Caracas tratando de horadar -fraternalmente- tan inexplicable falta de informacià³n oficial. Algunos de ellos son de indiscutible peso y larga militancia en apoyo a la Revolucià³n Bolivariana, como Heinz Dieterich, James Petras, Miguel Urbano Rodriguez, Alexis Ponce y Hernando Calvo Ospina, además del primer alerta denunciando el caso, expresado por el excelente periodista y director del semanario colombiano "Voz", Carlos Lozano Guillà©n.

Como bien dice el vocero de la Asociacià³n de Derechos Humanos de Ecuador, Alexis Ponce, cada dà­a que pase y no se diga nada va a ser peor.

Podemos imaginarnos mil cosas: presiones, investigaciones, dificultades y sobre todo, la preocupacià³n sobre una frontera muy caliente -la que separa a Colombia de Venezuela-, podemos disculpar errores y mucho más, pero cuando se pone en juego la libertad de un dirigente revolucionario -en este caso todos podrán imaginar lo que valen la vida y los derechos humanos de un rebelde en el territorio colombiano- no hay más que exigir celeridad, para que se aclare este dramático hecho. Se trata, de una medida de autodefensa de la propia Revolucià³n, que tiene miles de enemigos, y tambià©n se trata de una respuesta esperada para quienes en el mundo levantamos su estandarte de pelea frente al imperialismo que ya ha intentado derrocar y asesinar a Hugo Chávez y no dudà³ un instante en volar por los aires al heroico fiscal Danilo Anderson.

Ante un hecho como el que tiene por infortunado protagonista al dirigente de las FARC Ricardo González, no hay dos discursos ni dos caminos. Como bolivarianos reivindicamos el derecho de autodeterminacià³n de los pueblos y respetamos las distintas và­as de lucha que estos y las circunstancias imponen, algo que el Comandante Chávez ha explicado con toda claridad en muchà­simas oportunidades y algunos parecen no querer enterarse o pretenden ser más papistas que el Papa.

En estas difà­ciles circunstancias se impone la à©tica y la verdad revolucionaria, por más dolorosa que sea. Si esto no se diera asà­, va a ser muy difà­cil que nos convenzan que lo ocurrido no es parte de una nueva estrategia intervencionista del imperialismo que decimos combatir. Con un agravante no deseado, que convertimos en urgente pregunta: ¿Alguien, lo suficientemente autorizado para hacerlo, ocupando tal o cual cargo del actual gobierno bolivariano, inclinà³ el pulgar hacia abajo y sacrificà³ la suerte de otro bolivariano?

Ni Bolà­var, ni Zamora, ni todos los caà­dos por la "Revolucià³n bonita" podrà­an justificar tal actitud.