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Crisis vs Mà­tos

3. June 2001

Mà©xico, D.F., 2 de Junio 2001

de Mario Rivera Guzmán
La Tecla Indà³mita (Especial para Campo Antiimperialista)

Con las múltiples crisis del imperialismo (objetivas y subjetivas) y los violentos procesos de centralizacià³n-proletarizacià³n que desencadenan, se crean las posibilidades -aunque sà³lo las posibilidades- para la superacià³n de sus causas. Lo que ocurre generalmente cuando no se forja el sujeto capaz de superarlas es que se impone en el sentido común de las masas atrasadas -y atropelladas por la llamada modernizacià³n- ideas retrà³gradas que buscan frenar la globalizacià³n imperialista mediante la vuelta al provincialismo precapitalista y a las autonomà­as feudales.
Uno de los mitos que debemos erradicar -y que la crisis actual debe contribuir a exterminar– es aquel que oponà­a mecánicamente a la izquierda reformista y partidista del cretinismo parlamentario (el lado malo de la ecuacià³n, según esto) la llamada izquierda social de los movimientos populares (el lado bueno). Si observamos ambos polos del binomio, encontramos que se complementan uno al otro. Es más, que son inseparables. Viven ligados y estrechados uno al otro y forman parte de un matrimonio.
Basta revisar atentamente la elaboracià³n teà³rica del socialdemà³crata alemán Eduard Bernstein (el famoso creador de la frase aquella que, “arrodillándose” frente a las masas, en una especie de fundamentalismo democrático, rezaba: “el movimiento lo es todo, el objetivo final nada”) en su conocida obra Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, para constatar sin ningún problema que es à©l quien plantea nà­tidamente, contra la “metafà­sica marxista” y la idea de la revolucià³n, la estrategia consistente en avanzar hacia una sociedad “más justa y democrática” mediante la combinacià³n de la lucha partidista por la democracia, de un lado, con la suma de las autonomà­as de los movimientos sociales.
En su crà­tica del marxismo, Bernstein (a quien Lenin dedicà³ una crà­tica contundente en su conocida obra de 1902 ¿Quà© hacer?) afirmaba que la idea de la revolucià³n y la lucha proletaria por la toma del poder (“el fin último”) no era sino una pura utopà­a que condenaba a los movimientos sociales a la “postergacià³n de todas las soluciones para el dà­a de la victoria definitiva del socialismo” . Frente a la estrategia centralista que se desprendà­a de los análisis marxistas sobre el capitalismo monopolista, y contra la idea de “expropiar a los expropiadores”, Bernstein abogaba por un programa de orientacià³n “decididamente anticapitalista, contra la apropiacià³n de medios de produccià³n y de excedentes de produccià³n por los capitalistas, que es justamente el aspecto caracterà­stico y esencial del sistema econà³mico capitalista. Según à©l esta manera de ir apropiándose gradualmente del control de los medios de produccià³n y de los excedentes por la clase obrera organizada terminarà­a subordinando el Estado a la sociedad y abreviarà­a y mitigarà­a “los dolores del proceso de transformacià³n social”. Asà­ pues, contra la estrategia centralista del marxismo que presuponà­a la existencia de un capitalismo de Estado, era preciso y necesario anteponer la de la descentralizacià³n y las autonomà­as que irà­a democratizando al Estado y, finalmente, extinguià©ndolo todos los dà­as sin necesidad de una revolucià³n utà³pica que llegarà­a “algún dà­a”.
Con sus variantes, à©sta fue la misma estrategia- si se le puede llamar asà­ a esta manera de postrarse, en aras de la democracia y la razà³n de “las mayorà­as”, ante los movimientos sociales espontáneos– que intentaron en su momento los populistas rusos a los que fustigà³ Lenin en su obra titulada ¿Quià©nes son los amigos del pueblo, y cà³mo luchan contra la socialdemocracia? Lenin se burlaba de ellos por sus ideas sobre la “economà­a popular” y las “empresas sociales”. Con estadà­sticas precisas les demostrà³ cà³mo las tales economà­as se basaban ya sin remedio en el trabajo asalariado y avanzaban por las mismas leyes de la concentracià³n y la centralizacià³n capitalista.
En realidad, si se miran sin prejuicios románticos El Capital y los Grundrisse– las obras teà³ricas más importantes de Carlos Marx–, se encontrará sin problema que, por una parte, para el fundador del materialismo histà³rico la convivencia entre el modo de produccià³n capitalista y otros modos anteriores resulta imposible y que, por otra, los resabios precapitalistas están condenados a sucumbir en esa desigual batalla. Tan es asà­ que, obviando el desarrollo histà³rico que todavà­a estaba por venir, Marx se puso a teorizar sobre el mercado mundial en su estado puro, un hecho que madura inevitablemente desde entonces y pese a la voluntad de tal o cual individuo, de tal o cual clase.
En un balance histà³rico que nosotros compartimos, el historiador Perry Anderson ubica en tres derrotas histà³ricas los puntos que explican el retroceso del “marxismo occidental” del siglo XX, su repliegue de la economà­a y la polà­tica- là©ase de la revolucià³n– a la filosofà­a y a la està©tica: “Estas derrotas vinieron en tres oleadas: en primer lugar, el levantamiento proletario de la Europa central (Alemania, Austria, Hungrà­a, Italia) inmediatamente despuà©s de la Primera Guerra Mundial, fue aplastado entre 1918 y 1922 de forma tal que el fascismo emergià³ triunfante en todos esos paà­ses en menos de una dà©cada. En segundo lugar los frentes populares de finales de los años treinta en España y Francia, se deshicieron con la caà­da de la República española y el derrumbamiento de la izquierda francesa que preparà³ el terreno para lo que dos años más tarde serà­a Vichy. Finalmente los movimientos de resistencia encabezados por partidos socialistas y comunistas de masas que estallaron en toda Europa Occidental en 1945-46 fueron incapaces de conseguir que su ascendiente en la lucha armada contra el nazismo se transformara en una posterior hegemonà­a duradera” .
Si bien cada una de estas derrotas histà³ricas del movimiento obrero en su lucha contra el capital tendà­a que ser objeto de un análisis concreto a profundidad, podemos decir aquà­, de manera general, que en las tres “oleadas” se encuentra la matriz de la estrategia bernsteiniana, según la cual es posible ir construyendo paulatinamente y al lado del Estado central burguà©s un “poder popular” mediante la suma de las autonomà­as. En el primer caso (Alemania, Hungrà­a, Austria, Polonia, Finlandia, etc.) fracasà³ la idea del sometimiento del Estado por la sociedad por la và­a de las empresas nacionalizadas y administradas por los Consejos. En esta estrategia, que los bolcheviques fustigaron incansablemente, la socialdemocracia “apostà³” a la posibilidad de coexistencia entre los nuevos consejos obreros y el viejo Estado burguà©s representado polà­ticamente en las asambleas constituyentes. Al final- como sucedià³ despuà©s en el Chile de Salvador Allende y en la propia España republicana–, el viejo aparato destruyà³ el germen de los nuevos consejos. En Francia de l936, una corriente histà³rica de sindicalistas antipartido optà³ por la toma directa de fábricas, pero renuncià³- cedià©ndolo a las viejas clases dominantes–al control centralizado del Estado al control centralizado del Estado. Algo parecido, aunque con variantes sustanciales, podrà­amos observar en la Italia de la segunda posguerra, donde los obreros renunciaron a la toma del poder para dedicarse a la negociacià³n de sus contratos colectivos. En su afán por controlar los medios de produccià³n y los excedentes, renunciaron a la polà­tica general como ejercicio del poder y la dejaron en manos de los partidos. Por supuesto, a la vuelta de unos años, los comunistas ya habà­an sido expulsados de los cogobiernos y la hegemonà­a estaba en manos de la democracia cristiana, pese a que sus bases burguesas, unos años antes, sufrà­an la deslegitimacià³n más completa por sus complicidades con el fascismo. Si se analiza detenidamente el caso de la cogestià³n obrera en Alemania, se hallarán grandes semejanzas.
Con toda esa experiencia, la “izquierda social” de nuestros paà­ses tercermundistas continúa repitiendo, quizá sin saberlo, las anquilosadas (y fracasadas) máximas del reformista alemán Eduard Bernstein, no sin soltar a cada paso frases recalcitrantes contra los “dogmas” del marxismo ortodoxo y “su” lucha de clases. Al unà­sono, cooperativistas, autonomistas, “consejistas”, oenegeneros y movimientistas, en su repudio de los partidos polà­ticos y de la polà­tica en general, se limitan a defender sus feudos (que ellos llaman derechos) y otorgan el monopolio de la visià³n general, global, a sus enemigos de clase, vale decir, a la gran burguesà­a internacional. Subrayan sus “diferencias” frente a la homogeneizacià³n que produce la centralizacià³n del capital. Renuncian asà­ a la unidad de los asalariados y desocupados de todo el mundo, más allá de su geografà­a y de sus oficios, del color de su piel y de sus religiones.
Estos movimientos pequeño burgueses que dominan el panorama de nuestra izquierda social (y tambià©n parlamentaria), lucharon rabiosamente en su momento contra el “totalitarismo” del socialismo real. Aún hoy se erizan cuando oyen hablar de marxismo. Para pronto sacan de su bolsa su cuaderno de adjetivos y espetan contra la “ultra”. En su ceguera no descubren que si la globalizacià³n capitalista avanza y los expropia ello de debe, entre otras cosas, a que su odiada Unià³n Sovià©tica no existe más. Sus “feudos” intocables (“derechos”) sà³lo eran posibles gracias el Ejà©rcito Rojo… Pero hoy, à©ste ya no existe más. Para bien de todos cayà³ y con à©l los “feudos” de estos pequeño burgueses.
Los más inteligentes de entre estos movimientistas, intentan–en un esfuerzo desesperado por continuar neutralizando las ideas del marxismo–hacer una distincià³n y sà³lo critican a los estalinistas. “Marx era otra cosa”, repiten…
Pero Marx tambià©n fue bien explà­cito con respecto a la estrategia “descentralizadora”:
“Nada más falso y más absurdo que el suponer, basándose en el valor de cambio, en el dinero, que los individuos asociados pueden controlar el conjunto de su produccià³n… El cambio privado de todos los productos del trabajo, facultades y actividades se opone a la distribucià³n basada en las relaciones de dominio y de subordinacià³n (naturales o polà­ticas) de los individuos entre sà­… y se opone tambià©n (el cambio privado) al cambio libre entre individuos asociados en base a la apropiacià³n o la fiscalizacià³n comunes de los medios de produccià³n”
Reflexià³nese a fondo en esta cita y se verá hasta quà© punto cooperativistas y autonomistas de nuestros dà­as, -tan afectos todavà­a al romanticismo tipo Proudhon- están condenados a ser devorados por el mercado mundial, vale decir, a la proletarizacià³n que les aterra y al fracaso más completo de sus sueños utà³picos; aunque uno que otro pillo, en lo individual, logre salvarse.
Estamos por la expropiacià³n de los expropiadores y la toma del poder por la clase obrera y sus aliados. No hay de otra, aunque esto implique una larga batalla por la hegemonà­a ideolà³gica que supone la fundacià³n de una nueva concepcià³n del mundo y la ruptura con ese modo de hacer polà­tica de los pragmáticos movimientistas que, por no alejarse de las “masas”, se disfrazan de lo que sea necesario. Nada que ver, pues, tampoco, con el foquismo, el blanquismo y otros modos del guerrillerismo.

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