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Bolivia revive la sustancia anà­mica de una nueva revolución latinoamericana

17. October 2003

Otra República, otro gobierno

Bolivia revive la sustancia anà­mica de una nueva revolucià³n latinoamericana

Tomado de Resumen Latiniamericano

Bolivia vive una revolucià³n. Las protestas se proponen tumbar al gobierno neoliberal. La lucha contra la tentativa -una más- de entregar la explotacià³n y la exportacià³n del gas boliviano a las trasnacionales aglutina todas las ofensas, agravios y despojos que los sucesivos gobiernos han inferido al pueblo boliviano.

Los insurrectos del campo y de la ciudad exigen la renuncia del presidente.
Este se niega, sostenido abiertamente por Washington, el ejà©rcito represor y los sectores empresariales bolivianos más ligados a las finanzas internacionales. Son los tres pilares del mando neoliberal en Bolivia.

A similitud del movimiento popular en Argentina en diciembre de 2001, las protestas exigen que Gonzalo Sánchez de Lozada se vaya. A diferencia de Argentina, no piden “que se vayan todos”, sin otro punto de unià³n. Las exigencias de renuncia convergen en la demanda de una Asamblea Constituyente y un gobierno provisional para convocarla: es decir, de otra república y otro gobierno.

Como en Argentina ayer, nadie tiene hoy en Bolivia legitimidad para hablar en nombre de todo el movimiento. Pero, en cambio, en el paà­s andino los diversos sectores sociales en rebelià³n han logrado conservar una fuerte estructuracià³n territorial y sectorial, formas de organizacià³n y de lucha hechas cultura, viejos saberes insurreccionales de los bolivianos.

Bolivia, desde los tiempos de la Colonia, tiene tradiciones de insurrecciones indà­genas, campesinas y mineras, y de una gran revolucià³n popular radical en el siglo XX, la revolucià³n de abril de 1952, cuando los mineros armados y el pueblo de La Paz asaltaron los cuarteles, destrozaron al ejà©rcito y repusieron en el gobierno al presidente nacionalista cuya eleccià³n habà­a sido desconocida, Và­ctor Paz Estenssoro.

El movimiento revolucionario que hoy sacude Bolivia está cubriendo todo el paà­s y tiene focos indà­genas, mineros, urbanos y populares diferentes. Su rabia y su fiereza para enfrentar al ejà©rcito, recoger los propios muertos y volver a la carga es propia de un pueblo en revolucià³n, donde se ha acumulado en dà©cadas y en siglos una cultura insurreccional, en la cual todo
el mundo sabe quà© hacer en los enfrentamientos porque ese saber viene de los padres, de los abuelos y de los bisabuelos, propios y ajenos. Las abuelas bolivianas indà­genas, jà³venes abuelas casi todas, aparecen en las fotos dando aliento y piedras a nietos e hijos, para que las disparen con sus hondas. La honda, arma antigua de las insurrecciones indà­genas en la Colonia, es la misma que hoy lanza las piedras o los cartuchos de dinamita contra el ejà©rcito. A manejar una honda se aprende en la experiencia del trabajo y en la vida de labrador, pastor o minero.

Lo que están haciendo en estos dà­as las ciudades y los barrios de El Alto, La Paz, Oruro, Cochabamba y las comunidades aimaras del Altiplano no se improvisa ni se trasmite por una proclama o un manifiesto. Se sabe por experiencia, es la amarga herencia de una patria amarga desde hace muchas generaciones de oprimidos, excluidos y humillados que en sus comunidades, en sus barrios y en sus centros mineros conservaron el honor y el respeto de sà­
mismos y de sus pares contra el racismo atroz de señores, gobernantes y polà­ticos urbanos. Ese respeto de sà­ mismos hoy se desborda en una rabia y un arrojo que son la sustancia anà­mica de esta nueva revolucià³n latinoamericana, esta insurreccià³n de estos tiempos en que, según dijeron, globalizacià³n y neoliberalismo habà­an acabado con la era de las revoluciones.

Una revolucià³n no es una fiesta. Es un sacrificio obligado y amargo. Nadie va a ella por propia voluntad, sino porque ya no queda otra. Hoy, globalizacià³n capitalista y neoliberalismo financiero, que habà­an prometido la paz y el paraà­so, están resultando ser, más bien, la matriz donde se engendran otras revoluciones con sujetos nuevos. En este creciente y violento desorden mundial cuyos puntos focales están en EEUU, esta nueva revolucià³n boliviana recupera un orden insurreccional y unas costumbres probadas y pulidas a travà©s de los tiempos.

El lunes 13, mientras los indà­genas aimaras del Altiplano se aprestaban a marchar en orden de combate sobre La Paz, en todo el centro de esa capital se produjeron enfrentamientos entre el pueblo rebelde y los militares. Al anochecer llegà³ noticia, por las radios populares, de que el ejà©rcito se aprestaba a tomar ese sector. Los rebeldes se replegaron en orden, dejaron calles y plazas cà©ntricas y levantaron sus barricadas en los accesos a los barrios pobres de las alturas de la ciudad. Eludieron, pues, el choque. A la madrugada del 14 los tanques retomaron el control de las calles desiertas.

Ese martes, miles de mineros de Huanuni -el centro donde en 1944 se fundà³ la Federacià³n Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, eje obrero de la revolucià³n de 1952 y de las dà©cadas siguientes- marcharon sobre la ciudad de Oruro y, junto con el pueblo, ocuparon el centro de esta ciudad capital de los mineros y se preparaban a converger sobre La Paz. El 13 de octubre las comerciantes de los mercados de Oruro habà­an partido desde la parroquia de
la Virgen del Socavà³n, bajo la lluvia y el frà­o del Altiplano, a ocupar poblaciones vecinas y a marchar a La Paz.

Estas son apenas descripciones, instantáneas, momentos puntuales reveladores de una situacià³n general de insurreccià³n popular. En este movimiento convergen diversas tradiciones de vida y de combate: aimara, quechua, urbana, minera, cocaleros, trasportistas, artesanos, comerciantes pobres y una incontable multitud de jà³venes a quienes nada, salvo pobreza y
desempleo, les ofrece la Bolivia amarga de estos tiempos.

Esa convergencia de estados de ánimo, formas organizativas y visiones polà­ticas diferentes puede leerse en los últimas declaraciones del Movimiento al Socialismo (MAS, encabezado por el dirigente cocalero Evo Morales), y del movimiento aimara, dirigido por el Mallku Felipe Quispe. Ambos, Morales y Quispe, son hoy diputados.

El documento del MAS, que exige la renuncia del presidente y una Asamblea Constituyente, habla de “la gente”, “la so-ciedad civil”, “un proyecto de nacià³n”, “una democracia incluyente”, en lenguaje afà­n al de las direcciones polà­ticas y partidarias urbanas, lenguaje no ajeno al que en Mà©xico circula en los mismos ámbitos. El manifiesto de la Confederacià³n Sindical Unica de Campesinos de Bolivia habla en nombre de las “comunidades aimaras” y de los “comunarios”, se dirige a los “hermanos y hermanas del gran Kollasuyu y del mundo” invocando “la voz del pueblo de cara morena”, y tambià©n exige la renuncia del presidente. Pero no habla, como el otro, de Constituyente ni de “refundar la democracia”. Es un grito de furia antigua contra la humillacià³n, el racismo, el despojo y la explotacià³n, que termina invocando las figuras de Tupaj Ka-tari y Bartolina Sisa, sà­mbolos de la gran insurreccià³n aimara anticolonial de 1781 que sublevà³ al Altiplano y puso sitio a la ciudad de La Paz, rebelià³n despuà©s ahogada en sangre por el ejà©rcito colonial español.

Son dos insurgencias convergentes en la defensa del gas, en el odio a las fuerzas represoras y en la renuncia del presidente, aunque diferentes en su lenguaje, en sus objetivos sociales y en su dinámica interna. Es natural que quienes se reconocen en uno de estos manifiestos encuentren ajeno y extraño el lenguaje y el espà­ritu del otro. Son enlaces posibles entre ambos
movimientos la rebelià³n minera y sus organizaciones, el pueblo indà­gena urbano de El Alto, los barrios pobres de La Paz, de Oruro, de Cochabamba y de otros centros urbanos.

Hasta ahora esta insurreccià³n parece jugar su suerte no sà³lo a la increà­ble voluntad de sacrificio de los insurrectos sino tambià©n al logro de una direccià³n, si no única, al menos unificada en algunos objetivos comunes. Existen los elementos y las exigencias de abajo para que à©sta sobrevenga. Pero al ser los agravios tan antiguos y diversos, no es sencillo reconocerse unos a otros entre el polvo, la sangre, el ruido y la furia de los enfrentamientos con el enemigo que a todos reprime.

De esta convergencia insurreccional, sin embargo, parece depender el destino de esta revolucià³n de los indà­genas, los campesinos, los mineros, los trabajadores, los puesteros de los mercados, los pobres, los estudiantes, los vecinos, los empleados y los desempleados de Bolivia contra un aparato represivo que sigue matando sin piedad y sin medida.

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