Mà©xico, D.F. , 4 de Mayo 2001
de Mario Rivera Guzmán, La Tecla Indà³mita
La llamada guerra en Chiapas y la explosià³n de los movimientos indàgenas autonà³micos en el sur de Mà©xico son fenà³menos sociales que deben ser analizados en el contexto de la agudizacià³n de las contradicciones entre la ciudad y el campo y de las tendencias hacia el corrimiento de las fronteras nacionales que se producen en la fase cràtica del imperialismo. Paàses como Mà©xico, marcados por resabios precapitalistas tanto en el terreno de la polàtica como en el de la economàa, enfrentan la amenaza de fracturarse y atomizarse en la crisis actual del imperialismo, de no emprender reformas democráticas profundas y avanzar con ellas al socialismo.
La reestructuracià³n del mercado mundial, aparte de modificaciones substanciales en el terreno de la divisià³n internacional del trabajo y los procesos productivos, está alterando la organizacià³n territorial a nivel mundial. Como ha sido habitual a lo largo de la historia más reciente, la expansià³n del capital opera a manera de respuesta frente a la crisis e incorpora nuevos territorios a sus procesos de acumulacià³n. Tal incorporacià³n le permite al capitalismo enfrentar la caàda de la tasa de ganancias por la vàa de la explotacià³n de fuerza de trabajo barata en procesos productivos intensivos en mano de obra. Asà, la expansià³n capitalista actúa como disolvente de las comunidades precapitalistas, cerradas y autárquicas. Destruye tambià©n los viejos pactos tácitos a travà©s de los cuales el Estado central – con fuertes resabios precapitalistas- toleraba la existencia de las comunidades indàgenas en los márgenes del mercado nacional
Vemos pues en primer lugar que, contra lo que supone el grueso de nuestra izquierda populista, la crisis del imperialismo actual ni significa el “derrumbe” estrepitoso y definitivo del sistema ni, tampoco, se refleja mecánicamente en la estrechez de los mercados y la llamada “desindustrializacià³n”. Más bien, el caso Chiapas está evidenciando la expansià³n de los mercados capitalistas y de la industria maquiladora. Esto en primer lugar…
En segundo tà©rmino seràa bueno poner en su justo lugar la cuestià³n de la lucha de los pueblos indàgenas en Mà©xico. Si de algo sirvià³ la marcha zapatista de febrero-marzo y la discusià³n abierta que ella trajo en torno de una ley sobre los derechos de los pueblos indios fue que no dejà³ dudas ya sobre los objetivos centrales de los acuerdos de San Andrà©s Larráinzar. Estos buscan la conquista de la autodeterminacià³n de los llamados pueblos indios, su autonomàa polàtico cultural, su derecho a usufructuar los territorios y los recursos naturales que hay en ellos.
Aquà debemos traer a colacià³n a Lenin cuando escribià³ en 1914 que “por autodeterminacià³n de las naciones se entiende su separacià³n estatal de las colectividades de otra nacià³n, se entiende la formacià³n de un Estado nacional independiente”.
El propio Lenin, en ese mismo texto (El derecho de las naciones a la autodeterminacià³n) escribe que “es necesario que territorios con poblacià³n de un solo idioma adquieran cohesià³n estatal, eliminándose cuantos obstáculos se opongan al desarrollo de ese idioma y a su consolidacià³n en la literatura”; aunque admite más adelante, citando a Kautsky, la posibilidad de la formacià³n de estados multinacionales, con distintas lenguas y distintas literaturas. “Los estados de composicià³n nacional heterogà©nea (los llamados estados multinacionales a diferencia de los estados nacionales) son siempre estados cuya estructura interna es, por tales o cuales razones, anormal o subdesarrollada, atrasada”…”El Estado de composicià³n nacional heterogà©nea es atraso o excepcià³n”.
Los llamados pueblos indios en Mà©xico que se agrupan en el Congreso Nacional Indàgena constituyen un mosaico abigarrado de micronaciones – si es que se les puede llamar asà- con distintas lenguas y dispersos a lo largo y ancho del territorio mexicano, aunque concentrados principalmente en las regiones montañosas del paàs y en el sur del territorio. De tal forma se hace impensable que cada pueblo indàgena se dà© su propia cohesià³n estatal o se conforme como un Estado independiente. A lo mucho, si su planteamiento de autodeterminacià³n es consecuente y no se queda en una mera reivindicacià³n culturalista y ultranacionalista (al modo de Otto Bauer y el oportunismo de la socialdemocracia austràaca de principios del siglo XX), podràa pensarse en la conformacià³n de un Estado multinacional indàgena independiente.
Pero aún esto seràa imposible si se respeta la dispersià³n territorial de los pueblos indios en todo el espacio de la nacià³n mexicana. El único modo de conformar este Estado multinacional seràa concentrando a la poblacià³n indàgena, al modo de los judàos en Israel al tà©rmino de la segunda guerra mundial, en un espacio conformado artificialmente para esos fines y excluyendo de ese espacio a la poblacià³n mestiza que lo habita. Además, dada la debilidad econà³mica de este nuevo Estado – aun considerando la unidad polàtica de los más de 50 pueblos indios -, lo más probable es que à©ste fuera devorado por Estados Unidos o cualquiera de las potencias que se disputan hoy, lo mismo que en las primera y segunda guerras mundiales, el territorio del llamado Tercer Mundo.
Han declarado repetidas veces tanto el Ejà©rcito Zapatista de Liberacià³n Nacional como el Congreso Nacional Indàgena, que su objetivo no es independizarse de Mà©xico. No son sino palabras que, de ser ciertas, estaràan evidenciando a estas fuerzas como exponentes del nacionalismo pequeñoburguà©s cuya cràtica reaccionaria contra el “neoliberalismo” sueña con volver atrás, al tiempo del fraccionamiento y las autonomàas medievales.
Es cierto que la causa de estos movimientos indàgenas, casi separatista, debe encontrarse en el sometimiento autoritario y despà³tico sufrido por sus pueblos de parte del Estado de la burguesàa mexicana, en el atraso milenario del campo del sur de Mà©xico, en el aislamiento de las montañas (“zonas del refugio” las llamà³ Gonzalo Aguirre Beltrán) a las que fueron arrojados. Pero de ahà no puede justificarse una posicià³n separatista que sà³lo los pondràa en situacià³n de sumisià³n ante el gran imperialismo estadounidense o europeo. Pueden sonar bien sus consignas autonomistas, pero en el mundo real y concreto que vivimos, los pueblos indios correràan la misma suerte que hoy sufren las pequeñas naciones de Europa Oriental y los Balcanes.
La ley indàgena que aprobà³ durante los últimos dàas del mes de abril pasado el Congreso mexicano, no parece estar dirigida a mantener la unidad polàtica territorial del Estado nacional. Al dejar a los congresos locales de los estados la definicià³n concreta de lo que debe entenderse por autodeterminacià³n y autonomàa de los pueblos indios, hace su contribucià³n en favor de la fragmentacià³n polàtica y territorial del paàs. Con esta ley, además de repartirse los “feudos”, los partidos polàticos de la burguesàa mexicana, parecen doblegarse – como lo han hecho por tradicià³n histà³rica- a los mandatos del imperialismo. Cada vez va siendo más claro que la “transicià³n democrática” con hegemonàa foxista (asà se le llama ahora a la alianza tripartidista PAN, PRI, PRD) corre apresuradamente hacia la entrega de toda soberanàa nacional.
Para nosotros el modo de mantener a los pueblos indios en Mà©xico pasa por una profunda reforma agraria antilatifundista en el sur del paàs y por transformaciones polàticas que integren en condiciones de igualdad a los indios del territorio. Solamente el respeto a las lenguas indias, a las libertades polàticas y a los derechos humanos en el campo mexicano podràan garantizar la unidad polàtica territorial de nuestra nacià³n. Por lo demás, contra la tendencia nacionalista que pone el acento en los “usos” y “costumbres” de las comunidades indàgenas abogamos por la asimilacià³n democrática de estas micro naciones al ejà©rcito del proletariado continental. De hecho, este proceso, más allá de la voluntad de X o Z, va ya muy avanzado.