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A los presos polà­ticos de todos los tiempos

7. September 2001

Mà©xico, 16 de agosto de 2001

A los hermanos Cerezo Contreras
A los presos polà­ticos de todos los tiempos

“Y yo,
caballero de todas hidalguà­as
fui engendrado en la cárcel de Sevilla, por eso nacà­ libre”

-Roberto Là³pez Moreno-

Otra vez más han clavado el alfiler en el aire para ver si emana sangre. No hay sorpresa: ¿Quià©n creà­a que la hiena habà­a dejado en los palimpsestos del olvido su risa hueca? Otra vez más han sacudido las aguas del turbio espejo para ver si por gracia de la luz se acicala su desorden. Hay prisa: el informe del Mil Caras viene pronto y hay que despejar de incomodidades el camino. De tal magnitud son las necesidades circenses. ¿Nuevamente las alas con el vuelo clausurado nos quieren hacer creer que nos protegen del terror? Asà­ es, por ello me convoco aquà­ una vez más para reiterar que las calles afuera duelen necesariamente con ustedes allá adentro. El problema no es una vez más de presunta inocencia o presumible culpabilidad, sino del sello afilado que se oculta tras el caso. ¿Sobre quà© hilo pende esa là­nea amorfa que ahora nos va a permitir a todos nosotros juzgarlos a ustedes; algunos desde el púlpito y la homilà­a, otros desde las páginas de sus diarios o en sus pantallas sà³rdidas, a otros desde el penacho judicial de la ceguera, a algunos más desde el crimen erigido en las urnas de ayer y de mañana y, finalmente, acaso lo más grave, a muchos desde la complicidad de la indiferencia?

Nuevamente no sà© quà© decir cuanto no sea reiterar que desesperadamente tratamos de encontrar el sentido de este dà©dalo. Porque una vez más todos somos presos y no existen las nociones de afuera y adentro. ¡Ay, no sabà­amos que era el Minotauro quien por libre eleccià³n se habà­a ganado el hilo de Ariadna! ¡Menos aún que entre todos habà­amos optado ciudadanamente por cortarle a Icaro las alas de sus pies para dejarlo en el laberinto preso y furibundo para siempre!

En fin, lugar común es repetir la inocencia presumible, o con estertor sà³lo instantáneo decir que se les apoya o que el culpable está jugándose su antifaz de inocente con el libro de las leyes en la mano… En verdad no sà© si esto tenga peso o no. Pero sà­ acudo a mi derecho a expiar mis culpas con ustedes, declarándolos culpables…

Los declaro culpables:

De no firmar con la ceguera la ignominia
De volatilizar nuestra conciencia sobre la culpabilidad
De eclosionar nuestra certeza sobre la inocencia
De recordarnos que existen las prisiones
De no llamarse Oscar Espinosa Villareal ni Roque Villanueva o firma-fobaproa
De no decirnos desde antes que estábamos en un cuarto de cuatro muros
De no invocar a las puertas sin cerradura como blasà³n
De no saldar la ira con palanquetas de viento y carne
De no regalarle más voces a Mictantecutli ni robarle el và©rtigo a la voz misma
De informarnos en acto que las urnas sà³lo se llenan con papeles y nada más
De no arrancarse las uñas con el miedo
De no hincarse cada que el molino de viento gira su aspa hacia el norte
De no morder los verbos con el polvo
De no ver a la hilandera con el maà­z envuelto en aluminio para despuà©s llorar sin hambre
De no escribir sobre las piedras con la urdimbre de lo està©ril
De no acusar de ubà©rrimas las lenguas tumefactas de la bestia
De no responder con sal a cada llamada
De no olvidar que bajo la lumbre la carne no es cocinada sin piel
De acostumbrar sus mochilas al olor del viento
De no morder el pan con dientes del cuerpo desnudo
De esconderse de la muerte tras las rejas
De no brincar sobre la madre acostada
De no salir del mar como los buzos que no tenà­an más escafandra que su propia piel
De amasar los labios con el vino roto
De recordar que las úlceras inician del lado que la luz no observa nunca
De no callarse el secreto que les dijo la araña antes de hundirse en el vaso
De enterrar los jardines en sus almohadas
De esperar a que los capullos vuelvan a cerrarse por su propia fatiga en la boca
De registrar las sogas del leà³n como estambres del lobo
De ser y no ser….

Descargado, pues, este peso que no es blasà³n ¿quà© puede quedar sino los recuerdos del fuego? Ahora sà³lo queda el tà­tere saltando frente a las butacas vacà­as. Pero es paciente y se encargará de llenarlas una por una con su geometrà­a gris vacà­a.

Del lado nuestro lo único posible es exiliar las butacas o ponerlas en su revà©s de tela roà­da… ¿Quà© otro tiempo queda? ¿Sobre quà© otro suelo crecen aves? ¿Quà© más hay del otro lado? Naciendo están con el color de sus uniformes desnudos. Naciendo están despuà©s de ser acusados mientras que desde este lado no podemos arrojar nada porque los cerdos y las margaritas perdieron sus respectivos rostros o bien, sus cuerpos se fundieron en la moneda conmemorativa del azufre.

Con cierta rapidez bastante torpe, antes de que la mano del ciego quiera enterrar otro ramillete de alfileres sin soldar en los senos del viento, me voy dejándoles esta palabra y este silencio. Es lo único que tengo para darles y es lo único que pueden recibir. He aquà­ esta herencia en vida. He aquà­ la forma que mi mano no esculpià³. He aquà­ la tarea que ustedes mismo se dejan al plegarse contra sus propias comisuras y los bautizos que nos imponen con la estela que dejaron estrelladas sobre nuestros rostros.

¿Quà© más tenemos? El hilo es delicado asà­ que doy el siguiente salto. Pronto encontrarà© el siguiente rostro. Un abrazo de silencio para ustedes: un abrazo de palabras…

Jorge Solà­s Arenazas

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