de Alberto Hàjar, Mà©xico
Cuando Enrique Ubieta me contà³ del libro que escribàa, lo más impresionante fue la tesis del hombre nuevo realmente existente encarnado en las brigadas internacionalistas cubana presentes y activas ahà donde algún desastre resulta agravado por la pobreza extrema. Que se sepa no hay monumento que las celebre y apenas cuando alguien cae en accià³n asistencial, a veces por asesinato contrarrevolucionario, recibe mencià³n incidental. Esto hace a los brigadistas sencillos, humildes y concientes del peligro, pero tambià©n del deber con el que se comprometen de tiempo completo más allá de la coyuntura desastrosa. Pues bien, el filà³sofo Ubieta, con todo su equipamiento conceptual aprendido en la URSS y sus discusiones con los posmodernistas en la revista Contracorriente que dirige, presentà³ un proyecto al Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, para convivir con misiones internacionalistas a cambio de testimoniarlas en un libro. El huracán Mitch concretà³ el proyecto cumplido en la Costa Atlántica de Nicaragua, Honduras, Guatemala y Haità. Pero esto exige precisar: no en las capitales y en hoteles de cinco estrellas con sus respectivas barras, sino en las zonas más afectadas y más pobres y aisladas.
La tapa del libro La Utopàa Rearmada ( Casa Editorial Abril, La Habana, Cuba, 2002, impreso en Colombia), de 328 páginas con fotos a color tomadas por el autor, recoge un fragmento de la elocuente presentacià³n de Arllen Rodràguez Derivet: “un viaje de alma y ojos abiertos al mundo de los perdedores, de los que fueron lanzados, junto a las más hermosas utopàas humanas, a las orillas olvidadas del rào finisecular, por la desenfrenada corriente del capitalismo salvaje, eufemàsticamente rebautizado como globalizacià³n, este libro, sin embargo, no es un quejido, sino una fiesta. Hay poesàa y danza, música y color alrededor de los primeros viajeros que no se sienten descubridores sino deudores de Amà©rica”. Asà es: los universitarios creemos favorecer con nuestras sabias presencias a los pueblos carentes de todo, pero si logramos escapar de los claustros acadà©micos, de los aires acondicionados y de los rituales de la autocomplacencia intelectual, descubrimos lo mucho por aprender y aprehender del lado del pueblo para recibir como premio, la aceptacià³n que puede ser tan plena al condensarse en el tratamiento de hermanos. Esto a ocurrido a Ubieta, de tiempo atrás comunista cubano, miliciano, ponente en cuanto congreso es invitado para llamar la atencià³n con su escritura precisa, sobre la justicia y la dignidad, es decir sobre lo que es propio del pueblo en lucha.
Al principio de esta nota parecià³ que trataba de una bitácora de trabajo en el sentido restringido de dar cuenta de las consultas atendidas, del control de epidemias y de los talleres de administracià³n de hospitales, las vidas salvadas, las operaciones a cielo abierto, los encuentros y desencuentros con funcionarios de la salud y la seguridad social y de la otra. Lo cierto es que el libro es mucho más como advierte la presentadora. Empieza con un texto leàdo en el Taller Internacional Cultura y Revolucià³n celebrado a los cuarenta años del triunfo cubano de 1959 en Casa de las Amà©ricas. Ahà se describe Ubieta como viajero a su isla de “la generacià³n de cubanos que no vivià³ la emocià³n de la partida, soy un hijo de los primeros tripulantes” a la manera de Fidel, la propuesta se despersonaliza y adquiere dimensià³n de necesidad econà³mica, polàtica y social con datos de la terrible situacià³n mundial y en especial de los paàses subdesarrollantes como llama Fernández Retamar al resultado de la tradicià³n colonial y neocolonial, esa que podràa alviarse si cada uno de los paàses industrializados diera el 1% de su PIB para reunir 200 mil millones de dà³lares anuales que bien podràan organizarse en un programa de solidaridad, obviamente negado y regateado en primer lugar por Estados Unidos que trajo como gran limosna a Monterrey el 0.06% todavàa lejano de la oferta de Noruega de 0.9% que tampoco llega al 1%. ¿Quà© nos queda sino el poder popular como una fase superior de la utopàa de Bolivar que tendràa que alcanzar algo distinto del anticapitalismo o la humaizacià³n imposible de la globalizacià³n?. ¿Quà© sino el tránsito al socialismo como reparticià³n equitativa del poco excedente que producimos los pobres, como solidaridad tà©cnica con profundo sentido polàtico internacionalista?. Aterra a los presidentes serviles de los consorcios trasnacionales y lamebotistas como llama James Petras a los lacayos del imperio, la certeza de la respuesta afirmativa, cuestià³n que recoge el tàtulo del primer apartado sobre Nicaragua, una frase dicha por el expresidente Arnoldo Alemán acompañado por oficiales yanquis y ante corresponsales extranjeros, al ser interrogado sobre la propuesta de brigadas mà©dicas de cuba para Centroamà©rica cuando el Mitch: “¿quieren que los mà©dicos cubanos vengan a comer a Nicaragua?”. Bien cebado, el corrupto presidente hoy bajo juicio penal, sintetizà³ asà su ausencia de entendederas histà³ricas y sociales.
Ubieta narra las condiciones histà³ricas de la miseria extrema sin afanes peyorativos, sino como necesidad americana urgida de transformacià³n. Una à©pica discreta crece entre descripciones exactas de las historias regionales, de la dialà©ctica entre la naturaleza a veces hostil y a veces acogedora, los encuentros con los ritos y mitos indàgenas, las formaciones sociales como evidencia constante de la premodernidad de explotacià³n extrema eventualmente presente por disparos adversos, en fin, la desgracia de la insalubridad y las enfermedades curables sin atencià³n alguna y las ricas entrevistas con personajes muy variados por sus posiciones y formas de vida. Anotaciones al margen, orientan la lectura tambià©n conducida por subtàtulos precisos como “el hombre que no vive para servir no sirve para vivir”.
No falta el humor y una ironàa muy seria por sus implicaciones ideolà³gicas. Por ejemplo, el exalcalde Chepelià³n decide inaugurar el primer cine en Suhuà. Hace creer que una televisià³n con su aparato de video es el cine y elige Rambo. “Y de repente aparece en la pantalla un hombre fuerte aunque de apariencia frágil, un hombre que sabe matar con las manos pero que odia hacerlo; un hombre de mirada estúpida, casi bondadosa, pero indiferente, descomprometida; un hombre que no quiere salvar ni matar a nadie, pero que es llevado por las circunstancias a convertirse en hà©roe; un hombre solitario como un lobo, aunque de buen corazà³n, que preferàràa vivir para sà y que el destino, insistente, obliga a matar. Rambo mata en defensa propia, en defensa del individualismo que sustenta su vida y que muestra como valor universal. Los niños misquitos han visto a los soldados norteamericanos de carne y hueso acampar muy cerca de sus aldeas. Están preparados psicologicamente para aceptar a Rambo, el hà©roe bueno que alguien puede confundir- si no ha visto la pelàcula que lo aclara todo- con un villano. Y gritan de emocià³n y rien de entusiasmo ante sus peripecias inaúditas”. Por mà transcribiràa todo el libro. Desde luego, lo que sigue de lo anterior que es la declaracià³n de amistad del adolescente hondureño indocumentado