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Los Estados árabes y la Intifada: una carrera hacia atrás

27. November 2002

Nassar Ibrahim, Mayed Nassar

Majed Nassar es subdirector de los `Health Work Committees` (Palestina)
Nassar Ibrahim es miembro del `Alternative Information Center` (Israel)

“A pesar del excepcional potencial de energà­a del mundo árabe, la mayor parte del pueblo árabe sufre la pobreza, el desempleo, la opresià³n, la ausencia de democracia, pobres sistemas de seguridad social e inadecuadas visiones de desarrollo por parte de sus dirigentes. Más aún, esas sociedades sufren la desunià³n polà­tica. Los intereses nacionales y las decisiones nacionales pan-árabes están controladas por las compañà­as multinacionales y por el capital exterior que promueve una cultura consumista opuesta a los principios de progreso pan-árabes”.

“La gente rica se comporta superficial, estúpida y pretenciosamente. La corrupcià³n está extendida y se niegan los derechos de los sectores marginados de la sociedad, en particular los pobres, las mujeres y las minorà­as. Existe una cantidad enorme de violencia que toma diversas formas, como largas y crueles guerras civiles y movimientos de terror que echan a perder la vida de los ciudadanos y la de los visitantes extranjeros”.
(Muhammad Sayyed Said, Asesor del Comità© Írabe para los DDHH)

El mundo árabe parece ser una excepcià³n a los cambios democráticos que tienen lugar en todas partes del mundo. Es una regià³n donde reinan la opresià³n y el absolutismo. Los derechos humanos se violan extensamente y a diferentes niveles. La ley está ausente y la riqueza está injustamente repartida y de modo mucho más visible que en cualquier otra parte del mundo.

El viejo general Sharon

La gente aún recuerda el dà­a en que el viejo general Sharon llegà³ al poder tras derrotar al joven general Barak en las últimas elecciones israelà­es. La victoria de Sharon fue un rayo que golpeà³ a la direccià³n palestina y a los regà­menes árabes. La reaccià³n inicial fue de sorpresa, desesperacià³n y depresià³n. La mayor parte de la gente predijo que la zona alcanzarà­a mayores cotas de violencia. Los gritos de protesta de todos aquellos que buscaban aislar a Sharon y proteger el proceso de paz se escucharon en todos los rincones del mundo árabe.

Desde la Administracià³n de EEUU llegà³ una opinià³n distinta que hacia de la democracia israelà­ un modelo para el salvaje mundo árabe a pesar de las inhumanas polà­ticas del Estado judà­o y de más 35 años de ocupacià³n militar ilegal. EEUU protegià³ inmediatamente a Sharon y dedicà³ todos sus esfuerzos a fortalecer su relacià³n con el viejo general. Parecà­a que EEUU estaba dispuesto a sacrificar el proceso de paz en un intento de legitimar su sesgo pro-israelà­ a pesar de que Sharon estaba conduciendo a la regià³n a una confrontacià³n aún más profunda.

Se dijo que los dirigentes más extremos y crueles son aquellos capaces de tomar decisiones histà³ricas. Se señalà³ que Menahem Begin, del Likud, fue quien alcanzà³ un acuerdo de paz con Egipto. Sharon, se decà­a, era ahora el jefe de gobierno y no el mismo adolescente Sharon que condujo la oposicià³n. “Darle una oportunidad”, implorà³ Washington. Los regà­menes árabes y la Autoridad Palestina (AP) aceptaron la visià³n de EEUU, en primer lugar porque no tenà­an otra eleccià³n y, en segundo, porque no tenà­an una propia visià³n independiente.

Mal presagio

En lugar de que su gobierno de derecha corriera el riesgo del aislamiento, Sharon comenzà³ a rodear las capitales árabes y a dictar condiciones. En unos pocos meses las armas de sus tanques estaban apuntando al dormitorio de Arafat confinándolo en su destruido recinto y aislándolo completamente del mundo exterior.

Sharon declarà³ una guerra total contra el pueblo palestino y contra sus estructuras polà­ticas, econà³micas y culturales sin que nadie desafiase oponà©rsele o condenar sus actos. Esta situacià³n fue posible una vez que Bush anuncià³ que “Israel tiene el derecho a defenderse”. Sharon se convirtià³ en el “hombre de paz” en tanto se declaraba que el movimiento de resistencia del pueblo palestino era una organizacià³n terrorista ilegal. Arafat, no Sharon, se convirtià³ en proscrito.

Aunque la primera reaccià³n de los regà­menes árabes fue hacer un llamamiento a la solidaridad con la resistencia palestina, los cambios de poder en Oriente Medio supusieron una seria prueba para los regà­menes árabes que condujo a una desafortunada -pero no sorprendente- revelacià³n de que los regà­menes eran más impotentes y estaban más paralizados que nunca anteriormente, tanto interna como internacionalmente. Como consecuencia, la primera posicià³n de los Estados árabes dio paso a otra que abruptamente adoptà³ la visià³n de EEUU de ponerse al lado de Israel con poca o ninguna distincià³n

La pregunta es, ¿tenà­an los regà­menes árabes alguna alternativa viable más que la retirada y el colapso ante la alianza de EEUU e Israel?

Dejando a un lado las simplistas -aunque persuasivas- teorà­as de la conspiracià³n que atribuyen la pobre actuacià³n de los regà­menes árabes a factores “exteriores”, debemos analizar sus estructuras econà³micas, polà­ticas y de clase las cuales ejercen una influencia enorme en sus polà­ticas exterior e interior. En estos tà©rminos, nos gustarà­a mantener que un sistema polà­tico que no adopta una polà­tica interna de respeto a los intereses individuales y nacionales de su pueblo y que no trabaja para incrementar los acuerdos democráticos y un sistema de seguridad social sà³lido y firme, difà­cilmente adoptará una polà­tica exterior que proteja los intereses nacionales de amenazas externas.

Durante años, la causa palestina ha sido siempre importante para el conjunto de la regià³n y por ello ha sido fuente de una gran preocupacià³n para los regà­menes árabes. Por otro lado, la causa palestina tiene tal respaldo del público en general que cualquier aproximacià³n que no tenga en cuenta los derechos nacionales palestinos se encontrará en confrontacià³n permanente con las masas árabes. Por otro lado, la causa palestina ha sido siempre una razà³n para movilizar a las masa árabes contra los propios regà­menes.

Principios de resistencia

En este marco, el movimiento de resistencia palestina -la Intifada- se ha convertido en una expresià³n de la conciencia palestina y árabe; se ha convertido en el modelo con el que se comparan todos los movimientos en tà©rminos de influencia sobre la conciencia colectiva de las masas árabes.

El movimiento de resistencia palestina alcanzà³ horizontes de leyenda y se hizo -unto con el modelo [de la resistencia] libanesa- na cuestià³n a comparar. Contenà­a el potencial para transformar la lucha de liberacià³n nacional en una lucha de liberacià³n social y polà­tica contra aquellos regà­menes árabes que confiscan los derechos econà³micos y polà­ticos del pueblo árabe. El pueblo palestino demostrà³ con su firmeza, sacrificio y resistencia que a pesar de estar aplastada por ejà©rcitos extranjeros y economà­as externas, y a pesar de sufrir un desequilibrio de poder, perseverà³ en su movimiento de resistencia y se aferrà³ firmemente a sus derechos. Ello se manifiesta en claro contraste con los discursos oficiales de los regà­menes árabes que se han referido a la inutilidad del movimiento de resistencia frente a la alianza de EEUU e Israel.

La mayor parte de los regà­menes árabes reconocieron muy pronto los peligros de que se extendiera el carácter revolucionario de la Intifada; un carácter que amenaza con no detenerse en los là­mites del ejà©rcito de ocupacià³n. Sus lecciones y sus valores polà­ticos y humanos trascienden fronteras y amenazan con liberar un gran potencial enà©rgico de recursos humanos, poder econà³mico, reservas naturales y liberacià³n de la cultura y de los valores del mundo árabe.

Debido a su dà©bil actuacià³n y a su asociacià³n polà­tica y econà³mica con los paà­ses imperialistas, los regà­menes árabes se han transformado en regà­menes sumisos que, a cambio, han sometido a la sociedad árabe durante la última dà©cada, hacià©ndola retroceder y privándola de una visià³n polà­tica, social y econà³mica para crear un futuro de esperanza. Al mismo tiempo, las actividades de resistencia contra esas dinámicas se están estableciendo en cada paà­s del mundo árabe como un proceso natural para mejorar las condiciones individuales y sociales.

A pesar del excepcional potencial de energà­a del mundo árabe, la mayor parte del pueblo árabe sufre la pobreza, el desempleo, la opresià³n, la ausencia de democracia, pobres sistemas de seguridad social e inadecuadas visiones de desarrollo por parte de sus dirigentes. Más aún, esas sociedades sufren la desunià³n polà­tica. Los intereses nacionales y las decisiones nacionales pan-árabes están controladas por las compañà­as multinacionales y por el capital exterior que promueve una cultura consumista opuesta a los principios de progreso pan-árabes.

Trazando el mapa de Oriente Medio

A la vista de este panorama general, ¿cà³mo debemos interpretar las posiciones y los comportamientos de los regà­menes árabes, y a quà© direccià³n apuntan los vectores de sus movimientos? Resulta imperativo destacar que mientras nosotros utilizamos el tà©rmino “regà­menes árabes”, es necesario distinguir entre cada rà©gimen individualmente y evitar tratarlos como si fueran iguales.

Los regà­menes nacionalistas árabes de Siria, Iraq y Là­bano reivindican todavà­a una polà­tica de resistencia independientemente de las presiones exteriores. Tienen, en varios grados, interno y exterior, visiones polà­ticas y econà³micas que no coinciden necesariamente con las de EEUU.

Los denominados “regà­menes moderados”, incluyendo a Jordania, Egipto y Arabia Saudà­, se consideran aliados de EEUU y, con la excepcià³n de Arabia Saudà­, han firmado tratados con Israel. Tal y como está el equilibrio de poderes en la actualidad, el resto de los paà­ses árabes tiene muy limitada influencia en la formacià³n de polà­ticas pan-árabes, bien porque están geográficamente distanciados o por atender a sus problemas internos -como es el caso de Argelia, Túnez, Libia, Sudán y Yemen.

Hay dos corrientes que marcan la polà­tica del mundo árabe: el eje de Siria y Là­bano que encuentra apoyo en Iraq, Libia, Sudán y Argelia, y el eje de Egipto, Jordania y Arabia Saudà­ que encuentra apoyo en Marruecos, Kuwait, y en el resto de los Estados árabes del Golfo. Existen, por supuesto, muchas contradicciones, anomalà­as, desacuerdos y competiciones entre los miembros del primer eje. La disputa sirio-iraquà­, por ejemplo, no se ha resuelto todavà­a a pesar de la distensià³n y el acercamiento entre ambos Estados. Là­bano sigue intentando minimizar la influencia y presencia de Siria.

Hay una clara competicià³n entre Arabia Saudà­ (que se considera la cuna del Islam y que tiene unas relaciones fuertes con EEUU) y Egipto, que es un và©rtice del pensamiento árabe, con recursos y potencial humano, historia y cultura. Jordania detenta una posicià³n intermedia pero tiene su importancia a pesar de su renuncia a los và­nculos polà­ticos y administrativos con Cisjordania -tal y como determinà³ el rey Husein en 1988- en virtud del hecho de que mas de la mitad de la poblacià³n de Jordania es de origen palestino y de que Jordania tiene la frontera más larga con Israel.

Aunque Egipto y Jordania han firmado tratados de paz con Israel, ambos tienen problemas similares para hacer aceptar tales tratados de paz a sus pueblos. En ambos paà­ses, la oposicià³n popular a los tratados es fuerte. La importancia del denominado eje “moderado”se evidencia significativamente en la inclusià³n en este eje de la AP, que igualmente sigue lo que se percibe como una là­nea polà­tica “pragmática” en relacià³n a EEUU e Israel.

El mà­nimo común denominador

Las relaciones entre los paà­ses árabes se regulan de acuerdo al grado de incongruencias o a la cantidad de intereses que se solapan en un momento dado. Sin embargo, diferencias aparte, los siguientes rasgos distintivos son comunes a todos:

– Las relaciones de todos esos regà­menes con sus sociedades está basada en la opresià³n. Los regà­menes ven en el movimiento polà­tico de sus pueblos una amenaza a sus propias legitimidades y a sus privilegios.

– Esos regà­menes llegaron al poder mediante golpes militares, por designacià³n hereditaria o por elecciones increà­blemente amañadas (por ejemplo, ganando el 99% de los votos).

– La mayorà­a de los regà­menes manejan el problema palestino de manera que sirva a sus propios intereses y poco más. Brevemente: usan el problema palestino para legitimar su propio poder.

La mayorà­a de los regà­menes son hostiles a los cambios democráticos, sean de naturaleza polà­tica, social o cultural. Consideran que la democracia es una amenaza para su estabilidad y la utilizan solo como un mà©todo para cimentar su propio poder, no para dar rienda suelta a las capacidades y potencialidades de sus pueblos.

– La posicià³n y la práctica cotidiana de los regà­menes árabes en relacià³n con el movimiento de resistencia palestina -la Intifada- revela constantemente niveles reducidos de entusiasmo y apoyo. La razà³n de esta frustrante realidad puede trazarse en las siguientes fases de la Intifada.

1. Desde el comienzo de la Intifada el 28 de septiembre de 2000 hasta la caà­da de Barak en febrero de 2001

La mayorà­a de los regà­menes árabes consideraron la Intifada como una respuesta espontánea de los palestinos a la provocativa visita de Sharon a la explanada de Al-Haram al-Sharif. Al principio pensaron que la Intifada serà­a un fenà³meno transitorio o limitado que se agotarà­a por si mismo. Vieron en la Intifada un intento de mejorar las condiciones de los Acuerdos de Oslo dentro de su propio contexto, pero nunca como un esfuerzo para crear una alternativa a Oslo.

Igualmente, los regà­menes árabes tomaron la Intifada como una herramienta útil para mejorar su propia imagen interna. Ello se hizo evidente en muchas manifestaciones polà­ticas en las que se saludaba a la Intifada como la realizacià³n de un derecho legà­timo del pueblo palestino a resistir a la ocupacià³n. Además, utilizaron la Intifada como un medio de agitacià³n contra muchas polà­ticas opresivas de Israel.

La masiva y violenta reaccià³n de Barak al estallido de la Intifada produjo en esos regà­menes la esperanza de un rápido final del levantamiento. Sin embargo, la capacidad del pueblo palestino y de su movimiento polà­tico de absorber los golpes israelà­es, su disposicià³n para hacer aún mayores sacrificios y la claridad de sus metas polà­ticas de libertad e independencia comenzaron a preocupar a los regà­menes árabes, especialmente cuando el movimiento masivo de los pueblos árabes comenzà³ a formar parte del extenso mecanismo de apoyo al pueblo palestino.

Los regà­menes árabes, especialmente los moderados, mostraron claramente su consternacià³n y comenzaron a presionar a la direccià³n palestina para que detuviera la Intifada y aceptase las condiciones que EEUU e Israel exigieron en las propuestas polà­ticas y de seguridad durante la cumbre de Camp David y, posteriormente, de Taba.

Arafat rechazà³ la “generosa oferta de Barak” e inmediatamente comenzà³ a sufrir la presià³n no solo de EEUU sino tambià©n de varios dirigentes árabes. Arafat se mantuvo firme e insistià³ en los derechos nacionales del pueblo palestino para reivindicar la retirada de los soldados israelà­es a las fronteras del 4 de junio [de 1962], el derecho al retorno [de los refugiados palestinos], el desmantelamiento de los asentamientos y Jerusalà©n. El presidente Clinton amenazà³ a Arafat muy abiertamente, “si no firmas, Israel lanzará la guerra contra ti con el apoyo de EEUU”.

Las preocupaciones de los regà­menes árabes comenzaron a aumentar según se hacà­a evidente que la situacià³n amenazaba a extenderse sin control. El movimiento de resistencia crecà­a fuertemente. Por otro lado, Barak, que se estaba preparando para una guerra total, actuaba bajo dos influencias: primera, su conviccià³n de que podrà­a para al movimiento de resistencia palestina mediante el uso contundente de la fuerza; segundo, ante la creciente presià³n de la oposicià³n del Likud y de Sharon.

En marzo de 2001, en la Cumbre Írabe celebrada en Amán se alcanzà³ un acuerdo sobre los siguientes puntos: glorificar la Intifada y su heroà­smo; condenar la polà­tica israelà­ y sus acciones; aprobar un plan de apoyo al pueblo palestino; formar un comità© de seguimiento de los incidentes en Palestina.

Las resoluciones de la Cumbre árabe se aprobaron a pesar de las contradicciones entre los dos ejes del mundo árabe: el eje nacionalista -Siria, Iraq y Là­bano- que hizo un llamamiento al boicot cotra Israel, a la condena de la posicià³n de apoyo de EEUU a Israel y al incondicional respaldo a la Intifada. El eje moderado -Jordania, Egipto- enfatizà³ su apoyo a la Intifada y a la condena de la ocupacià³n israelà­ pero insistià³ en solicitar a EEUU que interviniera más activamente para frenar la violencia en la regià³n. Rechazaron la idea del boicot a Israel y consideraron que sus establecidas relaciones con este Estado proporcionarà­an la posibilidad de influir positivamente sobre Israel.

En aquella conferencia, Arabia Saudà­ diferencià³ su posicià³n por su criticismo hacia EEUU y por garantizar su apoyo financiero al pueblo palestino. Con ello, Arabia Saudà­ intentaba asegurarse un papel de liderazgo basado en su poder econà³mico, en su influencia sobre el Consejo de Cooperacià³n del Golfo y en sus viejas relaciones con EEUU.

Merece la pena destacar que la Cumbre árabe normalmente se reúne para discutir cuestiones pan-árabes. No obstante, las reuniones de altos dirigentes árabes, ya sean a nivel de ministros de Asuntos Exteriores o de los respectivos de la Liga Írabe, están sometidas a las rivalidades [existentes] entre los diferentes paà­ses. Por esta razà³n, sus decisiones son normalmente vagas y no comprometen [a sus miembros], con la posible excepcià³n de la Cumbre mantenida por primera vez en 1964, bajo el liderazgo de Gamal Abdel Naser.

Poco antes de la Cumbre árabe, Barak perdià³ las elecciones israelà­es el 6 de febrero de 2001 y Sharon llegà³ al poder.

2. De la llegada al poder de Sharon en marzo de 2001 al 11 de septiembre de 2001

Barak fracasà³ en aplastar la Intifada al igual que fracasà³ en las elecciones israelà­es. Sharon llegà³ al poder como el rey de Israel, el salvador. No fue elegido porque tuviera una visià³n global para la paz o un plan maestro singular para resolver el conflicto de Oriente Medio. Fue elegido porque prometià³ al público israelà­ la seguridad absoluta. Era un general con una historia sangrienta. Era el hà©roe de la guerra de 1973 con Egipto y el comandante que dio una leccià³n al pueblo palestino en Gaza desde 1970 hasta 1973. Su posibilidad de ganar las elecciones no disminuà­a por su pasado como artà­fice de la invasià³n de Là­bano y Beirut y de las masacres de Sabra y Chatila.

La eleccià³n de Sharon no fue solo un reto para la Intifada sino [que creà³] una situacià³n delicada para los amigos de Israel. Ello constituirà­a despuà©s una seria prueba para los regà­menes árabes sobre su credibilidad ante el pueblo árabe. La repugnante imagen de Sharon en el mundo árabe ayudà³ a los regà­menes árabes a elevar el tono de su retà³rica polà­tica -incluida la reclamacià³n de aislar a Sharon si ello fuese necesario.

Al principio, los discursos de los dirigentes árabes eran agresivos. No obstante, confiaban en que el general electo acabarà­a con la Intifada en cien dà­as como habà­a prometido. Hicieron sus cálculos en dos direcciones: si Sharon tenà­a à©xito en acabar con la Intifada, serà­a bueno para ellos; e, igualmente, si la Intifada triunfaba y hacà­a caer a Sharon, tambià©n les beneficiarà­a.

Pero las expectativas de los regà­menes árabes se diluyeron ante la firmeza del pueblo palestino y ante la eficacia de su movimiento de resistencia, por el aumento de las pà©rdidas en el lado israelà­ -tanto en tà©rminos humanos como econà³micos- y por el incremento de las medidas opresoras del ejà©rcito israelà­.

El dilema de los regà­menes árabes se complicà³ más cuando el movimiento de resistencia palestino consiguià³ establecer un cierto aunque delicado equilibrio con las fuerzas de ocupacià³n. Como la confusià³n de los regà­menes no parecà­a resolverse, insistieron en reclamar a EEUU que interviniera más activamente. El juego se habà­a hecho demasiado peligroso para su gusto. Siguieron apoyando la Intifada pero solo en sus discursos. El primer signo de la desviacià³n tomà³ la forma de dirigir su apoyo financiero no hacia la AP sino a las ONG nacionales e internacionales. De repente, su apoyo adquirià³ un carácter más humanitario para evitar, de hecho, el apoyo polà­tico a la autoridad palestina.

Durante este periodo se hizo evidente que Sharon era incapaz de acabar con la Intifada. La opinià³n pública israelà­ comenzà³ a preguntarse a dà³nde les estaba conduciendo [Sharon]. à‰l contestà³ con una agenda que superponà­a el poder a las negociaciones o al compromiso. Sus discursos se fueron haciendo más radicales que antes y procedià³ a aplicar la polà­tica gubernamental de asesinatos hasta alcanzar su más alto apogeo.

La guerra abierta y global de Sharon contra los palestinos fue respondida con los cada vez más suavizados discursos de los là­deres árabes. Ello culminà³ cuando el ministro de Asuntos Exteriores de Qatar, Hamad Ben Yasim, declarà³ que los árabes deberà­an “rogar” a EEUU para que acabase la agresià³n israelà­ contra el pueblo palestino.

3. Del 11 de septiembre de 2001 hasta la Cumbre árabe de Beirut, de marzo de 2002

EEUU declarà³ una guerra total contra el terrorismo. Comenzà³ por reorganizar su agenda y sus prioridades. Disfrazando sus acciones tras los sucesos del 11 de septiembre, EEUU empezà³ a pasar las cuentas a aquellos Estados contra los que tenà­a resentimientos porque no aceptaban su polà­tica.

Sharon se subià³ a la ola de EEUU para pasar las cuentas de Israel al pueblo palestino. Hasta ese momento, Sharon habà­a recibido fuertes ataques no solo de la comunidad internacional sino tambià©n de la comunidad israelà­ por no haber sido capaz de acabar con la Intifada como habà­a prometido. Desatendià³ la economà­a y el deterioro de todos los sectores de la sociedad israelà­, especialmente el sector del turismo. Sharon no pudo dominar la Intifada con los medios que habà­a utilizado hasta entonces. Los sucesos del 11 de septiembre le proporcionaron la oportunidad de maximizar el uso de la fuerza. Intensificà³ la presià³n militar, polà­tica y econà³mica para aplastar al movimiento de resistencia palestino. Con el apoyo de EEUU declarà³ que su guerra contra el pueblo palestino formaba aparte de la campaña internacional “contra el terrorismo”. Equiparà³ a Arafat con Bin Laden y comparà³ al movimiento de resistencia palestino con los Taliban.

A la vista de la nueva fà³rmula de Washington -“los que no están con nosotros están contra nosotros”- y del respaldo a la opresià³n israelà­ -“Israel se está defendiendo”-, emergieron mayores contradicciones entre los regà­menes árabes y la direccià³n palestina y la resistencia. La posicià³n árabe oficial perdià³ capacidad de maniobra y en consecuencia comenzà³ a reajustarse, especialmente cuando la alianza de EEUU e Israel no dejà³ espacio para las objeciones o las crà­ticas. Washington empezà³ a exigir declaraciones polà­ticas muy claras y consecuentes con su propia visià³n.

Al mismo tiempo, la relativamente fácil victoria de EEUU en Afganistán aumentà³ su apetito de influencia en Oriente Medio. Guiados por los intereses comunes de EEUU e Israel y por las medidas opresoras del general israelà­ bajo el lema de “la lucha contra el terrorismo internacional”, Washington presionà³ para que se acatara su voluntad -y la de Israel- en Oriente Medio. Sin embargo, este empeño chocà³ con dos grandes obstáculos: primero, el movimiento de resistencia palestino resultà³ inquebrantable y se intensificà³; segundo, Iraq rechazà³ con firmeza las exigencias de EEUU.

Al igual que la causa palestina representa una causa moral e histà³rica para el pueblo árabe, representa tambià©n un modelo para mejorar su propia situacià³n. Este hecho ha forzado a EEUU a poner fin al problema palestino cuanto antes, sacándole de su silencio inicial. Para Washington resultaba difà­cil, si no imposible, concluir su tarea en Iraq sin arreglar antes el problema palestino.

A la vista de esto, la polà­tica de EEUU definià³ cuatro estrategias principales:

– Dar rienda suelta a Sharon y su maquinaria militar contra el pueblo palestino bajo el lema “Israel tiene derecho a defenderse”.

– Aislar a Arafat señalando la falta de confianza en à©l y describià©ndole como incapaz e inútil para controlar el “terrorismo palestino”.

– Exigir a los paà­ses del “eje moderado” …­Egipto, Jordania y Arabia Saudà­- que declarasen abiertamente su voluntad de trabajar para poner fin a la Intifada y rechazar el “terrorismo palestino”.

– Presionar a los paà­ses del “Eje del Mal” …­Siria y Là­bano- mediante la amenazada de la guerra y designándolos como paà­ses del “Eje del Mal”, además de declarar abiertamente la necesidad de derrocar al rà©gimen de Sadam Husein en Iraq.

La presià³n de los pueblos árabes crecià³ tanto como la contra-presià³n de Washington, lo que situà³ a los regà­menes árabes entre la espada y la pared, una situacià³n que se ajustà³ a travà©s de las resoluciones de la Cumbre Írabe de Beirut, en marzo de 2002. En ese marco, los regà­menes de eje moderado y aquellos del eje nacional, aceptaron la iniciativa saudà­ que se habà­a hecho pública de ante mano en diversos perià³dicos internacionales. Este incidente particular, enojà³ a varios dirigentes árabes y ciertamente pudo contribuir al boicot de Mubarak [Egipto] y del rey Abdala [Jordania] que declararon que su ausencia era un acto de solidaridad con Arafat, a quien Israel habà­a prohibido salir del paà­s [para acudir a la Cumbre de Beirut].

Arabia Saudà­ sabà­a bien que Aman y El Cairo apoyarà­an la iniciativa no solo porque EEUU y Europa la habà­an aprobado sino porque tambià©n lo habà­a hecho la direccià³n palestina. Ello explica porquà© Arabia Saudà­ estuvo más preocupado por convencer a Damasco y a Beirut.

De camino a una reunià³n con Colin Powell, el prà­ncipe saudà­ viajà³ desde Damasco hasta Marruecos sin detenerse en El Cairo ni en Aman. En general, la aceptacià³n de la iniciativa saudà­ fue un intento de los regà­menes árabes de postrarse ante EEUU. Trataban de hacerse visibles como si tuvieran algo con lo que contribuir. Arafat, a quien Israel habà­a prohibido asistir a la Cumbre de Beirut, estuvo de acuerdo con la iniciativa saudà­ que reclama la aplicacià³n de la fà³rmula de “paz por territorios” y la normalizacià³n de las relaciones entre Israel y los paà­ses árabes. El problema de los refugiados se pospondrà­a para futuras negociaciones.

4. De la invasià³n israelà­ de las ciudades palestinas el 28 de marzo de 2002 al discurso del presidente Bush el 24 de junio de 2002

La invasià³n -reocupacià³n- de las ciudades y aldeas palestinas por el ejà©rcito israelà­, y la destruccià³n masiva que ha dejado tras de sà­ evidenciaron la respuesta militar y polà­tica a las resoluciones adoptadas a la Cumbre Írabe de Beirut que fueron ampliamente consideradas como una estrategia para la paz. La invasià³n fue una bofetada en la cara de todos los regà­menes árabes.

Al igual que Sharon querà­a dar una leccià³n a Arafat y acabar con el movimiento de resistencia palestino forzando la rendicià³n de ambos, tambià©n querà­a mandar un mensaje a los dirigentes árabes. En esencia decà­a que el horizonte de la iniciativa saudà­ era todavà­a demasiado alta y que, a cambio, tendrà­an que hacer concesiones interminables. No hay que decir que la iniciativa fue rechazada de hecho por Israel cuando EEUU aligerà³ por un momento su perpetua justificacià³n de Israel y aceptà³ una reunià³n con el prà­ncipe saudà­ para discutir la iniciativa. Para cuando los dos dirigentes se reunieron, la iniciativa ya estaba muerta y desde entonces los regà­menes árabes no han vuelto a pronunciar una palabra para defenderla.

El respaldo de EEUU a Israel y a su opcià³n militar y la crueldad de la invasià³n causà³ grandes pà©rdidas a los palestinos que afectaron a las ciudades, a las cosechas y las viviendas palestinas. Ello revelà³ la última fase de impotencia de los regà­menes árabes y reactivà³ la resistencia palestina. Los acontecimientos movilizaron por un momento a los pueblos árabes conduciendo a una explosià³n en las calles árabes desde Marruecos hasta el Golfo Arábigo-Pà©rsico. Ello revelà³ de nuevo el profundo foso que separa a los pueblos árabes de sus gobiernos.

Los regà­menes árabes se encontraron sumergidos en un lodazal. Las protestas árabes se entendieron como la expresià³n polà­tica y social de un discurso multifacà©tico en tres dimensiones:

La primera dimensià³n expresà³ la profunda frustracià³n y desesperacià³n de los pueblos árabes como consecuencia de su difà­cil realidad econà³mica y polà­tica.

La segunda dimensià³n fue una expresià³n de solidaridad con el pueblo palestino, el rechazo de la polà­tica de EEUU, la condena del sesgo pro-israelà­ de Washington. Los pueblos árabes reafirmaron que la causa palestina sigue estando en el và©rtice del nacionalismo panárabe.

La tercera dimensià³n hallà³ su expresià³n en la condena de la impotencia de los regà­menes árabes y del consenso del rechazo general de los pueblos árabes hacia la declaracià³n de Beirut.

La fusià³n dialà©ctica de estas tres dimensiones originà³ una cuarta dimensià³n. El movimiento de los pueblos árabes siguià³ expresando su solidaridad con el pueblo palestino, rechazando la polà­tica de EEUU y condenando la impotencia de los regà­menes árabes oficiales, y este proceso comenzà³ a transformarse de movimiento de rabia hacia cuestiones externas a movimiento en el que emerge la conciencia de las cuestiones internas. La continuacià³n de este movimiento pondrà­a en peligro realmente los intereses de los regà­menes árabes.

Esta transformacià³n en el movimiento de la calle árabe comenzà³ a reflejarse a nivel social. Asimismo, comenzà³ a reflejar una conciencia colectiva que maduraba con la práctica. En su núcleo se encontraba la necesidad de estar firmemente al lado del pueblo palestino y de proteger los intereses nacionales árabes, y esos objetivos no eran posibles sin [que se produjeran] cambios radicales en la sociedad árabe a nivel polà­tico, social y econà³mico.

El movimiento de la calle árabe ya no era una expresià³n espontánea de la solidaridad con el pueblo palestino y por ello, los regà­menes árabes nunca más volvieron a mirar a este movimiento en tà©rminos tan simplistas. El movimiento comenzà³ por unir a todos los sectores de la sociedad reclamando un cambio radical que reestructurase y reconstruyese la vida polà­tica, econà³mica y social en todo el mundo árabe y en cada uno de sus Estados miembros.

Este peligro inminente tenà­a que acabar lo más pronto posible y antes de que adquiriese mayor poder polà­tico. Para ello, los regà­menes árabes comenzaron a presionar a Arafat cada vez con más intensidad para que pusiera un fin a la Intifada y tomara fuertes medidas contra los activistas. Sus posiciones empezaron a hacerse eco de las de Washington y Tel Aviv.

No obstante, las razones y las metas de Washington no eran las mismas que aquellas de los regà­menes árabes. Los regà­menes árabes deseaban una iniciativa polà­tica que acabara con el levantamiento de los pueblos árabes. EEUU tenà­a en mente una solucià³n más global: fomentar entre los dirigentes árabes la competencia entre ellos para ver cuál era capaz de complacer más a EEUU. Washington querà­a dar a Sharon suficiente tiempo para acabar con la infraestructura del movimiento de resistencia como primer paso hacia una solucià³n global basada en las condiciones israelà­es y estadounidenses.

La Administracià³n Bush era bien consciente de los peligros del movimiento de la calle árabe porque transmità­a la abierta hostilidad contra EEUU. Sin embargo, la Administracià³n Bush utilizà³ al mismo movimiento como medio de presià³n ante los regà­menes árabes y consiguià³ mayores concesiones de à©stos. El precio que han tenido que pagar a Washington ha sido guardar silencio mientras el movimiento de resistencia palestino estaba siendo machacado brutalmente y aceptar la guerra que viene contra Iraq.

El objetivo global de la polà­tica de EEUU ha sido conducir a la AP y a los regà­menes árabes a un punto en el que solo pudieran aceptar las condiciones estadounidenses e israelà­es para la resolucià³n del conflicto de Oriente Medio. Washington podrà­a entonces reordenar la regià³n a su medida.

5. Del discurso de Bush del 24 de junio al presente

La zona de Oriente Medio está siendo testigo de un incremento dramático de las actividades de guerra, invasiones, reinvasiones asà­ como del aumento del activismo de la resistencia palestina. Israel reaccionà³ invadiendo a gran escala, cercando muchas ciudades y aldeas palestinas, extendiendo el toque de queda e intensificando los daños econà³micos. Se habà­a preparado el clima para que EEUU presentase su visià³n de la paz sin ninguna oposicià³n seria por parte árabe. Los regà­menes árabes eran conscientes de que no tenà­an otra alternativa que aceptar la visià³n de EEUU a pesar de la debilidad y la inconsistencia del discurso de Bush, que se concentrà³ en lo siguiente:

– Aislar a Arafat y cambiar la direccià³n palestina.

– Reestructurar las fuerzas de seguridad palestinas bajo la supervisià³n de la CIA, Egipto y Jordania.

– Redibujar la sociedad palestina y sus fuerzas polà­ticas.

– Controlar y supervisar la economà­a de la AP.

Según el señor Bush, la solucià³n del conflicto de Oriente Medio no era tan urgente. La fà³rmula de “tierra a cambio de paz” podrà­a esperar tres años más y la iniciativa árabe de la Cumbre de Beirut podà­a pudrirse en el foso más profundo. La leccià³n para los monarcas y dirigentes árabes era la siguiente: si tiene que haber una solucià³n en el horizonte, solo podrá ser una solucià³n estadounidense -incluso aunque la iniciativa saudà­ no contradiga necesariamente los designios más básicos de EEUU para la resolucià³n del conflicto de Oriente Medio.

Todas las condiciones del discurso de Bush iban contra el alivio gradual de las medidas de presià³n y la opresià³n del gobierno israelà­. Bush retirà³ su demanda de que el gobierno israelà­ deberà­a retirarse inmediatamente de las ciudades palestinas. No importa que Sharon la hubiese rechazado. En lo que se refiere a la solucià³n final, esta cuestià³n podrà­a resolverse de algún modo cuando las partes negociadoras abordasen las cuestiones como Jerusalà©n, fronteras, refugiados y asentamientos.

Los regà­menes árabes, tal y como están estructurados en la actualidad y dependientes de EEUU tuvieron que aceptar la iniciativa estadounidense. Tambià©n aceptaron la terminologà­a de EEUU en relacià³n al terrorismo. Incluso el aliado tradicional de EEUU, Arabia Saudà­, estaba recibiendo ahora amenazas de Washington por su supuesto cobijo a terroristas. La actual sumisià³n de Arabia Saudà­ parece ser insuficiente. Se pide a Arabia Saudà­ que tenga más cuidado con sus iniciativas, que no se pronuncie tan vigorosamente en las relaciones con otros regà­menes árabes. Los regà­menes árabes han aceptado la reestructuracià³n de la sociedad palestina en los niveles social, econà³mico y polà­tico que nunca habrà­an aceptado para sus propios paà­ses. Pero para EEUU e Israel, esa no es la cuestià³n.

Para concluir, además, ¿porquà© no deberà­an aceptar los regà­menes árabes que se transformara a la AP en una copia de si mismos?

Una vez aquà­, cuatro puntos caracterizan ahora el futuro de la polà­tica de EEUU en Oriente Medio:

– El cambio del gobierno en Palestina, Iraq e Irán.

– El mantenimiento de la guerra a largo plazo contra el “terrorismo internacional”.

– Acabar con las armas de destruccià³n masiva.

– Cambiar el rostro de las sociedades de Oriente Medio (democratizacià³n).

Haciendo frente a estos objetivos -que están en su mayor parte dirigidos contra nosotros- no podemos evitar reconocer la posicià³n permanentemente dà©bil de los dirigentes árabes, cuyos horizontes polà­ticos están en declive crà³nico. Lo que comenzà³ siendo su apoyo total al movimiento de resistencia palestina acabà³, tras las cumbres de Aman y de Beirut, en una absoluta renuncia ante las exigencias de EEUU e Israel. Cualquier error o tumulto podrà­a costar la cabeza de cualquier dirigente árabe.

Sin embargo, la vida es más rica que los campos de petrà³leo de Arabia Saudà­ y de Kuwait, y los resultados desde el punto de vista de la Historia difieren de los resultados derivados de los juicios inmediatos. Lo que sigue siendo cierto es que mientras esta realidad contradiga los intereses de la vasta mayorà­a de la gente, el pueblo luchará hasta el último aliento para cambiarla.

Fuente: Comità© de Solidaridad con la Causa Arabe

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