Documento de la Comisià³n Internacional de las FARC-EP, Raúl Reyes
Montañas de Colombia, febrero 18 de 2003
El Capitalismo en su esencia y práctica polàtica, econà³mica, social y cultural, produce estados administrados por gobiernos fascistas, terroristas, mafiosos, mercenarios y autoritarios para garantizar la defensa de sus intereses de clase. Lo hace a costa de la explotacià³n, expropiacià³n, intimidacià³n, chantaje, dolor, asesinatos selectivos e indiscriminados, calumnias y argucias contra los dirigentes populares de las organizaciones polàticas de oposicià³n defensoras de los intereses del pueblo trabajador, a las que finalmente califica cànicamente de “terroristas o narcoterroristas”. Estos epàtetos o calificativos es lo menos que pueden esperar los pueblos y las organizaciones revolucionarias de sus verdugos en el ejercicio del poder polàtico
Estos estados y sus gobiernos proceden asà porque de otra manera son incapaces de mantener su dominio y privilegios de Casta gobernante en el poder, sobre los explotados ansiosos de libertades plenas con derechos polàticos, econà³micos y sociales para vivir dignamente.
Los pueblos son las vàctimas del terrorismo de Estado del Capitalismo, los que se expresan en asesinatos, desapariciones, torturas, exilios, desplazamientos, amenazas con indiscriminado terror para los dirigentes de los partidos y las organizaciones populares y de izquierda defensoras de los desposeàdos y marginados por los representantes del Sistema Capitalista de la exclusià³n, el analfabetismo, la miseria, desnutricià³n y el hambre.
Es asà como los Capitalistas histà³ricamente han castigado y quieren seguir su bestial castigo con mà©todos brutales para los pueblos por atreverse a reclamar sus derechos a la vida, al trabajo bien renumerado, a la educacià³n y salud gratuitas y eficientes, a la vivienda digna, a que los campesinos posean tierras fà©rtiles con asistencia tà©cnica y crà©ditos baratos, con vàas de comunicacià³n y mercadeo de sus productos que asegure la venta y compra a precios justos.
Más severo es el látigo de los capitalistas contra los pueblos cuando estos habitan en paàses poseedores de importantes riquezas naturales representadas en petrà³leo, gas, carbà³n, oro, esmeraldas, agua dulce, oxàgeno, con climas y tierras fà©rtiles para producir los más variados productos alimenticios durante todo el año, además de contar con una privilegiada posicià³n geopolàtica y geoestratà©gica en el continente.
Ante la bárbara y despiadada represià³n polàtica, econà³mica, social y cultural de los capitalistas contra las legàtimas aspiraciones y derechos de los pueblos a estos sà³lo les queda la opcià³n de la lucha polàtica organizada de las masas por sus reivindicaciones sin dejarse intimidar por las acciones armadas violentas de los ejà©rcitos y la policàa ni por los efectos que los enemigos buscan con calificativos de terroristas, bandidos, narcoterroristas o comunistas enemigos de la democracia, las instituciones legàtimas y las leyes. Estas formas de la guerra son usadas por los estados terroristas del sistema ante el evidente desespero de perder la conduccià³n y control de sus multimillonarios bienes.
En Colombia el Gobierno del Estado Terrorista, promulgado por las directivas de los partidos liberal-conservador, en 1928 masacrà³ los trabajadores de las Bananeras; a partir de l948 a consecuencia de la guerra entre los jefes liberales y conservadores asesina a más de 300 mil colombianos entre hombres, mujeres y niños del pueblo; el Estado terrorista de Colombia asesinà³ en 1985 la Corte Suprema de Justicia; el diario El Tiempo de Bogotá registra un promedio de 15 masacres anuales cometidas por los paramilitares; este mismo Estado con su terrorismo causo el más grande genocidio de la historia con la muerte a manos de integrantes de sus fuerzas de seguridad de más 4.500 militantes del Partido Comunista y de la Unià³n Patrià³tica, entre los que contamos centenares de sindicalistas, campesinos y decenas de mujeres, jà³venes, niños, maestros, obreros, indàgenas, intelectuales, distintos candidatos presidenciales, senadores, representantes a la cámara, diputados, concejales, alcaldes, jueces y gente humilde de la poblacià³n civil. Lo hicieron para criminalizar la protesta social y polàtica, con lo que además forzaron al pueblo a utilizar las armas en su propia defensa y para luchar por sus derechos y convicciones polàticas de clase explotada hasta construir la nueva Colombia, liderada por un Gobierno Pluralista, Patrià³tico y Democrático.
Con la finalidad de ilustrar mejor a nuestros lectores sobre la gravedad del origen del conflicto colombiano incluimos un artàculo periodàstico del Socià³logo Alfredo Molano Bravo.
Comisià³n Internacional de las FARC-EP
Raúl Reyes
Montañas de Colombia febrero, 18 de 2003
Terrorismo y terror
Por ALFREDO MOLANO BRAVO
El terrorismo -lo ha dicho Chomsky- no es una ideologàa; no es de derecha ni de izquierda. Es un arma de guerra, un arma feroz. Hay que rechazarlo de plano, sin consideraciones ni justificaciones, y asà lo hago y lo firmo. Tan repugnante me parece el brutal bombazo en el Club El Nogal como la masacre del rào Naya, o la masacre de San Carlos, o la bomba racimo-cluster que, según el FBI, la Fuerza Aà©rea soltà³ contra los campesinos en Santo Domingo.
El terror se ha apoderado de la guerra, es cierto. Pero esa asociacià³n àntima tiene una larga historia: matanza de las Bananeras (1928); matanza de Gachetá (1939); genocidio de gaitanistas, matanza de Ceilán (1949); matanza en la Casa Liberal de Cali (1949); matanza de Làbano, Tolima (1952); matanza de estudiantes en Bogotá (1954); matanza de Galilea (1955); matanza de Santa Bárbara, Antioquia (1965); matanza en el Paro Nacional de septiembre de 1977 en Bogotá; matanza del Palacio de Justicia (1985); matanzas de La Negra, Mejor Esquina, Honduras (1987); matazà³n de La Rochela (1988), matazà³n de pasajeros de Avianca (1990); matazà³n de Mapiripán (1997); matazà³n de Bojayá, genocidio de la Unià³n Patrià³tica, matazà³n de sindicalistas, dirigentes campesinos e indàgenas, periodistas, indigenistas, curas y monjas. La historia muestra que el terror y la guerra son en nuestro caso consustanciales. De ahà que, si somos coherentes, honestos y valientes, hay que rechazar con la misma vehemencia la guerra misma como alternativa para resolver nuestros conflictos sociales y polàticos. Es puro fariseàsmo tratar de distinguir lo uno de lo otro.
Tan perverso como el terrorismo me parece el uso de los actos de terror para imponer otro terror. A raàz del incendio del Reichstag en 1933, Hitler logrà³ la aprobacià³n de las “medidas de emergencia” que le permitieron volverse el amo de Alemania y despuà©s de la guerra. Más cerca: Bush usà³ el 11 de septiembre para tomar todas las “medidas de excepcià³n” que el pueblo americano jamás hubiera aceptado en otra condicià³n. Y miren dà³nde va. Ahora, sobre las cenizas de El Nogal, el Gobierno reaccionará con una cascada de medidas represivas que nada le harán al terrorismo -porque muchas tendrán ese signo- pero que recortarán más aún los espacios de expresià³n y de respuesta frente a las regresivas polàticas estatales. Ya se estarán cocinando medidas de emergencia para que toda protesta sea tratada como una evidencia de terrorismo: defender la dosis mànima, no votar el referà©ndum, no aplaudir la mordaza hoy en las llamadas Zonas de Rehabilitacià³n -mañana en todo el paàs-; apoyar al juez de Tunja que cumplià³ con su deber; respetar las sentencias de la Corte Constitucional; escribir que la Seguridad Democrática hace aguas. El Gobierno está utilizando el crimen de El Nogal para meter gato por liebre, y volvernos a todos los que no comulgamos con las ruedas de molino que nos impone, sospechosos, cuando no cà³mplices del asesinato.
Debo sà reconocer que considero un paso significativo que el Estado indemnice a las vàctimas de El Nogal. Apenas justo. Se sentaràa asà jurisprudencia para compensar a todas las vàctimas del terrorismo, sin distincià³n: a los afectados por los 2.500 homicidios y las 15 masacres anuales cometidas por los paramilitares según El Tiempo; a los afectados por la destruccià³n de pueblos por las guerrillas; a los afectados por las fumigaciones.
Estanislao Zuleta escribià³ hace unos años, con la lucidez profà©tica que lo caracterizaba: “El poder pretende que su palabra produzca el famoso consenso social con el cual si bien no todos los problemas quedaràan resueltos, al menos -y esto es lo más importante- seràan interpretados de la misma manera y si algún aguafiestas viene a dañar esta alegre comunià³n del sentido y dice tercamente como Galileo eppur si muove debe saber que queda condenado a mentir sobre su propio pensamiento, al silencio y a la soledad”.”