Sin embargo, no está muy claro el estatus de esa propuesta. ¿Cuenta con la aprobación del Presidente? No lo sabemos. Pero Sharaa se atrevió a manifestarla y sigue en su puesto. Es obvio que hay un cierto ancho de banda de posiciones dentro del régimen y la política revolucionaria debe intentar debilitar a los de la línea dura, quienes, obviamente, también están ahí.
Rusia, el principal patrocinador de Asad, dejó al mismo tiempo claro que no va a seguir apoyándole a cualquier precio. Esto, por un lado, es una advertencia a Asad para que cree las condiciones previas para una transición y, por otro, es una señal a los rivales geopolíticos de Moscú de que Rusia está dispuesta a llegar a un compromiso. Y está también en línea con la propuesta iraní. El cambio que implican estas posiciones es que han evolucionado de la celebración de elecciones bajo el actual régimen –elecciones que, obviamente, ninguna oposición seria podría aceptar- a la aceptación de un gobierno de transición, despidiendo finalmente a Asad.
Pero, ¿qué pasa con la oposición? ¿Reconocen estos cambios? ¿Cómo reaccionan ante los mismos?
Las diversas corrientes de la oposición democrática interna volvieron a confirmar la postura histórica que llevan defendiendo durante los dos años que dura la rebelión: dan la bienvenida a un avance firme hacia las negociaciones y una solución política. Pero si de verdad el régimen pretende ser serio, tiene que transformar las palabras en hechos. Deben cumplirse las exigencias iniciales del movimiento popular: liberación de los prisioneros políticos, libertad de expresión y organización, poner fin a los bombardeos de civiles, detener las masacres y retirar el ejército. Es la parte del régimen la que tiene que dar el primer paso. Si la gente aprecia que el régimen va en serio, la oposición democrática podría pedir una tregua y mantenerla. Podrían ser capaces de influir en la rebelión armada, o al menos en una parte de ella. Pero su actor principal es la corriente de la oposición y sus patrocinadores internacionales.
Así pues, ¿qué sucede con la oposición apoyada desde fuera? Permanecen en silencio y rehúyen cualquier acuerdo político. Intentan esconderse detrás del apenas convincente argumento moral de que el baño de sangre ha alcanzado ya dimensiones demasiado enormes para poder acabar en una solución política. Veamos los factores políticos que podrían influir en sus consideraciones:
La oposición dominante, sus patrocinadores, así como los medios, continúan falseando sus éxitos militares. Dicen que están llamando a las puertas de palacio en Damasco, que el régimen ya no puede asegurar el aeropuerto, que el ejército ha perdido una serie de bases militares y que los rebeldes tomaron el campo de refugiados palestinos de Yarmuk, en la zona sur de la capital. Pero si uno mira un poco más de cerca, los éxitos no están ya tan claros y la foto se convierte en la imagen de un continuado punto muerto y una larga guerra de desgaste. La batalla de Alepo prosigue, con increíble destrucción pero sin ningún cambio significativo de control. Hay informes que indican que se repelió el ataque de los rebeldes sobre el aeropuerto o sobre el corredor de acceso, infligiéndoles graves pérdidas. El campo de Yarmuk fue tomado realmente, pero después volvió a control palestino.
La corriente principal de la oposición está apostándolo todo a la carta militar. Sus pequeños avances militares les sirven de confirmación. Afirman en público que como la “victoria final no está lejos”, no hay necesidad de un acuerdo político con el régimen. Han mostrado esa misma actitud a lo largo de todo 2012.
Al principio, la corriente principal de la oposición confió en un apoyo militar total y en la intervención de Occidente. Pero tras la reelección de Obama ha quedado claro que tal intervención no iba a producirse. EEUU considera que la línea imperialista agresiva es contraproducente y ha adoptado un enfoque más cauteloso.
La consecuencia ha sido el rápido crecimiento de las fuerzas yihadistas islamistas sunníes dentro de Siria, encabezadas por el Frente Nusra, como han venido informando los medios. Tienen experiencia militar y armas sofisticadas. Cuentan también con un poderoso sistema de financiación, centrado en el Golfo. Sin embargo, no son títeres de esos Estados y no están bajo su mando directo. Han construido su red para que pueda también soportar la presión de esos regímenes en caso de que Washington se lo pidiera, aunque en estas circunstancias específicas, tanto los Estados del Golfo como EEUU parecen tolerar la afluencia de dinero.
Los representantes políticos de la corriente principal de la oposición en el exterior también se negaron a hablar de sectarismo y guerra civil. Insistieron en que se trata únicamente de una revolución popular. Tienen razón en parte, porque el régimen hizo cuanto pudo para pintar también el movimiento democrático popular como un monstruo yihadista islamista. Pero, al mismo tiempo, no resulta creíble negar la existencia del sectarismo como uno de los aspectos que conforman la realidad. El poderoso desarrollo de Nusra et al. es una prueba clara como el cristal del papel que el sectarismo juega en el conflicto. Y no se trata sólo de yihadismo. Hay una amplia gama de sectarismos que están también impregnando los medios más seculares. (Y viceversa, la capacidad del régimen de Asad para mantenerse no puede explicarse sin un impulso comunitario sectario). Al embarcarse en el militarismo, la principal corriente de la oposición ha estado alimentando el sectarismo.
Los grupos como Nusra no son fuerzas revolucionarias, son soldados de guerra civil. Pueden conseguir algunos éxitos militares para la oposición, pero políticamente favorecen al régimen y es algo más que recíproco su enfoque sectario. En realidad, es una gran confirmación de la narrativa de Asad. No es solo un informe de la ONU el que advierte del carácter abiertamente sectario que el conflicto ha adquirido. La prueba más fiable es que las personas más acreditadas de la esfera sunní están criticando las amenazas sectarias que emanan de los yihadistas. Las minorías, las clases medias liberales, la izquierda democrática e incluso los islámicos moderados temen a los yihadistas, aunque con intensidades diferentes. Si asumimos que el régimen representa sólo a una minoría, con el mismo derecho podemos asumir que la mayoría está en contra de los yihadistas. Por tanto, después de todo, el crecimiento del yihadismo debilita políticamente a la oposición. Cierra las filas del campo del régimen y mantiene a los indecisos a distancia de la oposición. El hecho de que la principal corriente de la oposición defendiera a Nusra demuestra tanto su enfoque militarista como su debilidad política. Están lejos de proporcionar una plataforma política basada en la democracia para la mayoría de los sirios.
En caso de que el conflicto degenere en una guerra civil comunitaria total, ninguna parte va a poder ganar nada. Aunque el régimen de Asad pierda más y más control territorial y se le derroque finalmente, la guerra puede hacerse eterna mientras las comunidades minoritarias podrían intentar defenderse contra las amenazas reales o percibidas. Una guerra así causaría estragos en el país y el perdedor sería el pueblo sirio. La guerra civil libanesa que duró más de una década no debería servir de ejemplo a seguir.
El significado más profundo de una solución política
Muchos defienden que la solución política no es una posibilidad realista, dadas las contradicciones internas e internacionales. Incluso el enviado de las Naciones Unidas, Brahimi, advirtió contra cualquier esperanza.
En primer lugar, la lucha a favor de una solución política es fundamental para amortiguar y hacer retroceder el sectarismo. Sólo poniendo en marcha una solución política, que implique aceptar como socios a las otras comunidades, puede conformarse una mayoría favorable a una transformación democrática de todos los grupos comunitarios. El conflicto puede redirigirse hacia concepciones políticas y societarias y no interpretarlo según las identidades de los grupos confesionales. Es muy probable que cualquier conflicto armado tenga una lectura sectaria. Por tanto, la lucha democrática revolucionaria debe esforzarse por mantenerse en una vía pacífica tanto tiempo como sea posible y contrarrestar cualquier tipo de visión sectaria que pudiera impulsar una deriva hacia una guerra civil sectaria.
El proyecto de una solución política envía al mismo tiempo una señal decisiva a Rusia e Irán: “No vamos a caer en manos del campo estadounidense y estamos dispuestos a tener en cuenta vuestros intereses”. Moscú ha estado vacilando en dejar caer a Asad ante la falta de alternativas. Si se construye un gobierno de transición en cooperación con los rusos, asegurando una especie de neutralidad geopolítica de una Siria democrática, Rusia acabará aceptándolo. Saben que antes o después el régimen de Asad caerá, y se arriesgan a perderlo todo si no se embarcan a tiempo en un compromiso. Pero ese compromiso tiene necesidad de dos partes.
En realidad, el claro rechazo de una solución política por parte de la principal corriente de la oposición revela su dependencia de sus patrocinadores internacionales y regionales. Aunque sería un error asumir (como sugiere la narrativa del régimen) que todo el movimiento de la oposición está en manos del bloque estadounidense, su representación política sí lo está, por lo que el conflicto se reduce a su dimensión militar. Mientras crean que pueden avanzar por la vía militar con apoyo exterior, seguirán aferrados a esa posición.
Así pues, es muy importante hacer una valoración de los patrocinadores extranjeros:
Lo más fácil de entender son las motivaciones de los regímenes del Golfo. Actúan con un objetivo anti-iraní y simplemente quieren infligir tanto daño como puedan a su enemigo sin pararse mucho a pensar en cómo resolver el conflicto. Seguirán así mientras EEUU no los controle.
Turquía es otra cuestión. Ankara esperaba una rápida victoria de la rebelión, que habría ampliado su influencia. Por eso, dejaron a un lado su probada política de “cero problemas con el vecino”, ya que aspiran a ser el papel modelo de una democracia islámica. Mientras el régimen de Asad iba aguantando, Turquía ha ido cayendo cada vez más en un callejón sin salida. La opción militar audaz está casi fuera de la mesa. Ni EEUU la apoyaría, ni tampoco la sociedad turca. Pero la retirada del apoyo político a la oposición implicaría que Erdogan perdería la cara. La única salida posible es participar en una solución política. Hay algunas señales que van en esa dirección.
Egipto ha renacido como potencia regional hace sólo dos años. No puede continuar desempeñando el papel de títere de Washington y luchará por conseguir algún margen de independencia. Al ser Egipto el corazón de la Primavera Árabe, el régimen saudí le considera una amenaza. Su principal desafío son las relaciones con Irán, que tratarán de suavizar. Por tanto, El Cairo no será tampoco un obstáculo para una solución política.
Así pues, nos encontramos con que de nuevo es Washington el principal actor y el que tiene la última palabra. No puede haber ninguna duda de que políticamente apoyan a la corriente principal de la oposición, pero no a cualquier precio. Quienes creen que EEUU es feliz con el caos y una guerra civil eterna que debilite a Siria como un todo, se equivocan. En una situación global en la que en EEUU está creciendo el caos y la inseguridad, las amenazas al sistema aumentan y la posición de sus enemigos se fortalece. EEUU teme que si se desborda toda la región, su influencia podría debilitarse aún más. Por tanto, les interesa realmente un acuerdo, pero también sientes que están en situación de poder anotarse algunos tantos contra un viejo enemigo.
El último movimiento consistió en reconocer a la principal corriente de la oposición como representante del pueblo sirio, al mismo tiempo que excluía a los yihadistas, incluyéndoles en la lista de terroristas. Esto refleja desconfianza e impone condiciones. Tampoco van a permitir la formación de un gobierno en el exilio que demuestre que se sienten escépticos de las perspectivas de la oposición de hacerse con el poder. Washington no ha excluido un acuerdo político pero trata de imponer las condiciones y el precio. Tienen tiempo para un póquer, mientras que el tiempo se está acabando para Rusia.
Así pues, no parece del todo imposible que se pueda llegar finalmente a un acuerdo político. Sólo hay que fijar el momento y el precio. Si se tratara de un acuerdo para compartir el poder, podrían llegar a sacrificarse las importantes demandas democráticas del pueblo, demandas que a la mayoría de los actores regionales y globales no les agradan demasiado o incluso temen.
Desde un punto de vista revolucionario democrático y antiimperialista, la campaña a favor de una solución política va en la dirección contraria. Debe liberarse el impulso de la revolución social y democrática de las masas populares, que, en última instancia, va contra el imperialismo y sus aliados locales. De momento, los estados que se oponen a la hegemonía estadounidense parecen yuxtaponerse contra el movimiento democrático. Sólo a través de una solución política podría eliminarse tan peligroso obstáculo.
Wilhelm Langthaler es el organizador de la Marcha Global a Jerusalén en Austria y portavoz de Coordinación Antiimperialista para Austria e Italia.
Agradecemos la traducción del articulo del inglés a Sinfo Fernández